A un estudiante invisible

La consciencia de estar todos en el mismo barco nos ha hecho madurar como humanos

Permíteme que te escriba sin tener en la mente tu rostro, apreciado desconocido (o desconocida). Cuando nos encerraron, prácticamente no habíamos tenido tiempo de vernos y eso me parece un gran problema. Te confesaré algo, si me lo permites: para mí, una Universidad virtual o, como dicen los tecnocursis, "on-line" puede ser una buena manera de conseguir un título, pero no una formación. A tu edad, la oportunidad de vivir la educación sin la superprotección y el indebido prohijamiento de los niveles anteriores es uno de los mayores capitales que te van a acompañar el resto de tu vida. Eso no se logra en Internet, sino respirando el mismo aire, compartiendo banca, patio, biblioteca y cafetería, no una lista de avatares en la pantalla de tu ordenador.

Durante estos meses, tú has sido un conjunto de letras al que he hecho el esfuerzo consciente de convertir en persona para no olvidar que podrías estar tan frustrado, harto, desalentado, cansado y lleno de incertidumbre como yo mismo. Por eso me dirigía a ti con ese: "Salud y saludos" que intentaba transmitir a la vez un deseo de empatía y una lección de latín. Cuando saludamos a alguien, le deseamos que goce de buena salud porque, sin ella, ninguna otra cosa tiene valor. No puedo saber si hiciste o te hicieron el trabajo, pero sí que, con el paso de los días, nuestros intercambios incluían buenos deseos de unos a otros y eso, la consciencia de estar todos en el mismo barco, nos ha hecho madurar como seres humanos, Sí, prefiero tratar con buenas personas deseosas de saber que con aprendices de sabios ajenos a todo tipo de consideración por los demás.

Me habría gustado contarte que hay vida más allá de los campamentos y las subordinadas de Julio César; que la Morfología y la Sintaxis son la puerta por la que llegamos al alma de los escritores; que la literatura romana está llena de amor, odio, dicha, miedo, ira, llantos y risas; que los textos que hemos visto tenían un mensaje para ti más allá de tu expediente; que al acidioso, al que malmete, ya los Padres de la Iglesia recomendaban apartarlo; que del amor al odio va un suspiro; que la pobre Helena arrastra miles de años de mala fama por algo que no fue culpa suya. Al menos, espero que, si nos vemos tras el verano, me pares y me digas que sí, que eras esa persona que respiraba al otro lado de las letras de la pantalla de mi ordenador. Por última vez, salud y saludos.

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