Metafóricamente hablando

Antonia Amate

A eva no le gustan las manzanas

Nací Eva, pero puedo asegurar que no me gustan las manzanas, me dan dentera. Sin embargo, Adán se atiborra de ellas, él solito, sin que le ofrezca yo una mordida. Ya de pequeña me di cuenta de que algo iba mal, aunque no podía determinar qué era lo que me chocaba. Aquellas mujeres vestidas de negro, armadas de mandil y toquilla, me daban un poco de pena y miedo. Es cierto que muchas veces cantaban, mientras se afanaban en las cocinas, donde borboteaban los pucheros. Ponían música en la radio, tarareando la letra aprendida, de tanto escucharla, un día tras otro, a la misma hora, como un ritual. Pero, qué era lo que me daba tanta grima?. No es que los hombres tuviesen una vida mucho más atractiva, ellos se sentaban en el bar de la plaza, con un pitillo en la boca, mientras jugaban al dominó, disfrutando de los pocos rayos del sol invernal, que, impúdicos, inundaban durante unas horas la terraza del bar. Porque, ya me había dado cuenta de que en todos los pueblos a los que me llevaban mis padres, había un bar en la plaza, o en la esquina de la plaza. Trato de recordar alguna cita o fiesta familiar en la que no corriera el vino, y las jarras de cerveza, y no lo consigo. Justamente, los hombres escanciaban con placer las botellas, apurando los vasos con fruición, para volver a llenarlos. Las mujeres, comedidas ellas, solo aceptaban un chatillo de vino, para no ponerse "piripis". Era una sociedad en la que ellas eran las "reinas de sus casas", y de la puerta para fuera "unas invitadas". Conforme crecí, algo importante cambió, parecía que las calles se habían ensanchado, las plazas, inmensas, se llenaron paulatinamente de Evas, se desterraron los mandiles, y se llenaron los grandes bolsos de tela, de libros, apuntes y rotuladores de colores, para subrayar los temas. Bebíamos en los bares de estudiantes, chicos y chicas por igual, sobretodo, acompañados de una buena tapa, porque los pucheros se habían evaporado, con el vapor de la última cena que cocinó la abuela. Los fines de semana, las chicas salíamos a bailar y tomar una copa, volviendo sin miedo a altas horas de la noche, solas o acompañadas. De allí salimos tod@s con un título bajo el brazo y con un libro de cocina "por si las moscas". Con los años, alguien quiere que las chicas tengan miedo de salir solas, o de beber, por si algún Adán depravado, les echa en la bebida las míticas pastillas de las que hablaban las abuelas del mandil, con ese miedo inocente que sentían. Quizá alguien quiere que las mujeres vuelvan a sus casas, y vayan dejando las calles libres, para que Adanes adictos a las manzanas, disfruten de mayor espacio para su solaz. O que los pucheros volverán en cocinas de inducción, mientras Evas al desnudo, les esperan en su reino de tinieblas.

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