La fatiga del espejo

La palabra fatiga tiene un pedigrí semántico, y por ende literario, singularmente rico

La palabra fatiga tiene un pedigrí semántico, y por ende literario, singularmente rico. Fue Cervantes quien me impulsó a vagabundear ocasionalmente en sus sentidos, exploración tan plácida, que acabé merodeándola a menudo. El diccionario de la RAE, la identifica con el cansancio, el hastío o la molestia, y el M. Moliner, con la sensación del esfuerzo intenso de origen físico, intelectual o moral. Sin embargo, tan parcas acepciones no honran el alcance que sugerían Cervantes o Borges, y hasta algún gracejo coloquial, como el chiste aquel de la paisana que al saber que su marido visitó la cama de la vecina no pudo sino exclamar: ¡dios mío, qué fatiga!, compungida, supongo, por la vergüenza de ver exhibidas las carencias maritales, significado extraño a los registros académicos. Pero es que si repasan El Quijote, vemos que Cervantes usa indistintamente fatigarse con esforzarse, sí, pero en otros lances alude a tener algún problema o bien con acongojarse, entristecerse, o simplemente abrumarse con un pensamiento. La exquisita versión que hace el profesor F. Rico de la obra cervantina, nos facilita el alarde. Pero además el término abona una exuberancia semántica que siglos más tarde se apropió J.L. Borges al usar la fatiga, percibo, como uno de sus referentes antojadizos basilares, junto a los tigres, los laberintos, los adverbios de duda y los espejos. Buen ejemplo son aquellos sus versos con que abrigó su fatiga personal, acaso la fatiga de todos los que por una razón u otra afrontamos el reto de opinar en público, poetizando que: "No puedo ejecutar un acto nuevo/ tejo y torno a tejer la misma fábula,/ repito un repetido endecasílabo,/ digo lo que los otros me dijeron,/ siento las mismas cosas en la misma/ hora del día o de la abstracta noche./ Cada noche la misma pesadilla,/ cada noche el rigor del laberinto./ Soy la fatiga de un espejo inmóvil/ o el polvo de un museo..". Una fatiga crónica, la suya y la de todos los opinantes afanosos, ante unos espejos oscuros que aspiran a mostrar, a la vez, lo que es y lo que será. Una fatiga que asocio a la que infringió a don Quijote los sus muchos pensamientos antes de ser derribado, aunque, ay, fueran muchos más los que le fatigaron después de caído. Y con esa fatiga que atosiga al escribir y que me fatigará, sin duda, cuando deje de hacerlo (para sobrellevar la canícula en ciernes), me despido hasta septiembre. Acaso hasta siempre.

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