La corona de la reina

Silvia Segura

Sin fecha de caducidad III

AGOSTO del 94. La conoció siendo una niña. Apenas tenía dos años más que él aunque a esas edades cualquier distancia corta aparenta un largo camino. Era una chica inquieta, dulce y profundamente soñadora. De familia acomodada enriquecida por años de cosechas excelentes que hicieron de sus caldos un líquido afamado a lo largo y ancho de toda la geografía española. Caía el sol y el cielo se asemejaba más bien a la paleta de un pintor combinando la gama de amarillos y naranjas. Vestía un babydoll con flores violetas y una cinta de raso en idéntico color separaba la línea del flequillo del resto de la melena lacia y dorada que le cubría los hombros. Metros atrás pinchó la rueda trasera de la bici y tuvo que ir arrastrándola hasta la orilla del río. Se enamoró de ella de espaldas. Sentada sobre las rocas, se emocionaba con "el D. Juan" de Zorrilla empeñándose en mantener un diálogo callado con el drama atribuido al vallisoletano. Al término de cada parte se caracterizaba mentalmente en una enamorada Dª. Inés y giraba sobre sí misma dando diminutos saltos al tiempo que mecía su vestido con idéntica sutileza al flujo provisto por las olas marinas a la barquita de madera de un pescador mediterráneo. Pablo quedó atónito ante semejante belleza. El corazón le dio un vuelco rotundo perdiendo la fuerza en las muñecas siendo imposible sujetar el manillar del biciclo. El ruido estruendoso que produjo la caída asustó a Paula que despertó sobresaltada de su sueño imaginario. Dio media vuelta y la inocencia de esa edad fue la responsable de hacer engullir la saliva y condenó a los mofletes ya por sí sonrosados de la joven a aumentar considerablemente el tono rojizo de las mejillas. Intentaron esquivar las miradas pero el angelito griego hijo de la guerra y del amor, comenzó a lanzar sus temidas y a la vez tan deseadas flechas, creando de esta manera un balance peligroso a caballo entre el amor y la tragedia. Al caer la tarde los jóvenes repetían sus citas en ese mismo lugar. Risas, coqueteos, aleación total de reacciones químicas que hacían nacer sentimientos desconocidos para ambos. Paula fue introduciendo a Pablo en el angosto paisaje pasional de D. Juan y Dª. Inés, y juntos fueron construyendo la mismo novela de cuento romántico. Cada vez que las yemas de los dedos se rozaban, un suspiro profundo asolaba por la boca, cada vez que los rostros se aproximaban, la bomba que hace mantener con vida a todo ser humano se aceleraba incontroladamente…llegó el final del verano y un mar de lágrimas hizo crecer el caudal del río testigo de tan verdadero amor. Paula era pudiente, Pablo de familia humilde, hasta la posibilidad de enviarse una simple carta se convertiría a la postre en un auténtico calvario…

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