La felicidad

Correr espanta los fantasmas que habitan en la parte oscura que todos tenemos. Sacude los demonios que te hablan bajito

El pasado jueves, las claras del día me cogieron cerca del río. Un cielo negro, denso y vertical, como un enorme telón oscuro, cubría casi por completo el Cabo hasta hacerlo prácticamente inexistente.

Noté que amanecía porque los nublos parecían derretirse conforme la luz los iba alcanzando por detrás. Aunque rápidamente se volvían a agolpar, abrazados los unos a los otros, apretándose con fuerza para cerrar cualquier vía de escape. No tardó en lloverme. Y no fue una sorpresa.

Quien me conoce sabe que desde que era un niño busco la lluvia por una atracción quizá irracional pero seguro que irrefrenable.

La de esa madrugada era una lluvia fina y uniforme, casi helada, que me caía sobre la cabeza para nublarme la vista y resbalar por mi cara hasta empotrarse en una especie de pañuelo que me anudo al cuello cuando hace frío y decido echar a correr.

Veía el agua caer sobre la tierra mojada, sobre la playa vacía, sobre el hocico de un perro abandonado que se escondía en los bajos de un coche mal aparcado, y no dejaba de pensar en lo sencillo que puede ser toparse de bruces con la felicidad cuando uno se decide seriamente a buscarla.

Y es que a veces la alegría se encuentra justo aquí al lado, junto a nosotros, y solo basta con doblar la esquina y acercarse para tomarla. Claro, siempre que se vaya con la predisposición oportuna.

Ya lo he dicho en otras ocasiones; correr espanta los fantasmas que habitan en la parte oscura que todos tenemos. Sacude los demonios que te hablan bajito, cerca del oído, y te aleja del infierno al que a veces, dándonos perfecta cuenta, irremisiblemente nos vemos abocados un día tras otro. Ese es el efecto que por lo menos a mí me causa.

Muchos de los que aún sigan leyéndome pensarán que ando algo perdido, que más que de amaneceres mi vida está llena de noches alunadas, por aquello de correr bajo la lluvia mientras otros muchos aún duermen, pero créanme, si nos sometemos, sin pelea, a hacer diariamente las mismas cosas, los resultados serán siempre monótonos, mes tras mes, año tras año.

Yo, que vivo de los problemas ajenos, les aseguro que merece la pena, de vez en cuando, romper con la rutina. Darse una oportunidad para seguir siendo feliz.

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