Cualquier político asegurará que fue la vocación de servicio público lo que le llevó a meterse en un partido. Pero otras vocaciones, la de poder y la de forrarse, también son motivadores dignos de tener en cuenta, y decenas de imputados y de presos condenados por corrupción así lo constatan. Hay otros estímulos más sutiles, pero nada desdeñables: uno de ellos es la vanidad, o sus primos el narcisismo y la egolatría. Desde los tiempos escolares, pero sobre todo en los universitarios, son identificables estas personas y su perfil vocacional: descartar el afán de poder, los manejos para sacar rédito personal de la cosa pública y el figureo como motor de una carrera política resulta de una ingenuidad conmovedora. El necesitado de foco por sus complejos o por pura petulancia -patente desde el plumier hasta el campus y más allá- tiene en la política un medio natural para satisfacer esas necesidades o carencias: Aznar despedía un cierto tufo de complejo (tanta tableta abdominal, canta), un rasgo que yo diría que comparte Pedro Sánchez cuando repite como un loro la jaculatoria: "Soy el presidente del Gobierno". Resulta algo patético… aunque sin llegar al nivel de ese individuo que arrasa en las redes que, casi más solemne que el presidente, dice a la cámara: "Mira la magia de mi melena". Y después, hablando de melena e incontinente en su vis de prima donna, tenemos a Pablo Iglesias. Un campeón del ramo.
El líder de Podemos, quizá por el relativo aislamiento del retiro por la baja paternal, nos ha regalado una de las suyas: "Los hombres feministas follan [follamos] mejor". Éstas son deducciones de un empirismo fullero que se le toleran mejor a la progresía que a la carcunda. Si uno del extremo opuesto a Iglesias osara identificar qué categoría de hombre "folla mejor", le cae la mundial: "fascista", "cavernario", "heteropatricarcalista" (de mierda) y cosas peores (proponemos un neologismo alternativo para atizar al derechón poco o nada feminista: heterofollarca, con resonancia a jerarca. Lo de jerarca es que suena mucho a bota de dictador militar). Debemos deducir que Pablo se tiene por un maestro del orgasmo: "Mira la magia de mi melena, mujer, y siente cómo mi compromiso con tu causa de género te provocará múltiples espasmos de placer. Cuidado no te desmayes, muñeca". Feminista, y por tanto atleta en el lecho, qué cosa más turbadora. Y, lo peor, cuán sintomático no ya de engreimiento y fatuidad, que también, sino de cómo la política superficial y artificiosa se impone en pleno siglo XXI a las necesidades de las personas.
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