Para esta semana tenía pensado otro tema, pero lo histórico de su fallecimiento me lleva a dedicar hoy este espacio a la reina Isabel II, quien hace solo 3 tres días seguía sirviendo a su Nación recibiendo a la nueva primera ministra de Reino Unido, Liz Truss. Su último servicio. Sin duda su vida es de las más excepcionales e interesantes de la historia de este mundo: 70 años de reinado, 70, en los que ya no es que haya nombrado a 15 primeros ministros, el primero Sir Winston Churchill, quien la llegó a admirar al punto de afirmar que nadie hubiera encontrado mejor monarca para su pueblo, ni que haya sido actor principal en todos los acontecimientos mundiales que, a partir de la Segunda Guerra Mundial, han marcado nuestro devenir, sino que ha fallecido llevándose el cariño y el respeto del conjunto de su pueblo, algo tremendamente difícil en todo momento, pero más aún en uno tan cargado de polarización como el actual. Y es que, como he leído en estas horas, Isabel II fue la reina que perdió el Imperio Británico, es cierto; bajo su reinado el Reino Unido perdió decenas de territorios e influencia, hasta llegar a ser hoy una potencia en declive, pero 70 años son muchos años y el mundo va moviéndose a un ritmo vertiginoso desde hace décadas. Pero también lo es que bajo su reinado consolidó la Monarquía en el Reino Unido hasta una práctica veneración, y así, hoy su hijo, no exento de polémicas por su vida personal, es recibido con alegría por su pueblo. Yo no estoy a favor del sistema monárquico, pues considero que los derechos de sangre no deben jugar un papel en el sistema político de las naciones. Es mi opinión que debemos sustentar nuestra convivencia en una real igualdad en origen y la existencia de privilegio social alguno solo por el hecho de haber nacido en una determinada familia lo impide, sobre todo si hablamos de privilegios que, además, van de la mano del adjetivo inviolable. Creo que quienes nos gobiernen han de ser quienes el pueblo elija y el pueblo destituya, y lo creo siendo consciente del riesgo que hay en toda elección y con el convencimiento de que es en el empeño en el acierto de los criterios de elección donde reside el éxito. Basta mirar a nuestros vecinos europeos para encontrar historias de excelentes Jefes de Estado. No obstante, entiendo que ejemplos tan extraordinarios como el de la reina Isabel II sean capaces de relegar lo que, dado el elevado nivel de interiorización del valor de la democracia en los países occidentales, sería un natural y sano debate: ¿Monarquía o República?. Y así, ha sido la persona la que, con sus facultades y decisiones, ha legitimado el cargo. Y hoy entiendo al pueblo británico. Acabo con lo que dicen fue su primer mandamiento para su reinado, pues, sin duda, la llevó a un reinado exitoso: "nunca quejarse, nunca dar explicaciones". DEP.

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