El final

El final siempre nos alcanza pero siempre supondrá el comienzo de algo nuevo

Contaba Paracelso, médico y alquimista suizo, que la Naturaleza es un libro divino. Divino en cuanto a que el hálito que lo insufla procede del mismo Cosmos. La Naturaleza sigue y representa las mismas reglas que rigen cualquier existencia. El conocimiento que encierra cada porción de la misma es, en realidad, incognoscible, si me permiten la contradicción, pero algunos aspectos básicos sí resultan perceptibles a nuestras capacidades. Una de esas reglas que, por elementales, no dejan de arrojarnos luz es el ciclo de principio y fin. O, mejor dicho, de transformación constante. Si bien los principios de la termodinámica han popularizado aquello de que "la energía ni se crea ni se destruye sino que se transforma" a veces parecemos obviar esta realidad en la Naturaleza y, sobre todo, en nuestras propias vidas. Todo cuanto nos acontece tiene un origen y sufrirá una permanente transformación. El final no será más que el comienzo de algo nuevo.

Encontramos, ahí afuera, numerosos ejemplos que nos hacen ver cómo el fin es, en realidad, un comienzo camuflado. Así un incendio puede regenerar, con el tiempo, un bosque; un árbol puede florecer después de haberse quemado, incluso un cuerpo putrefactado permitirá una ulterior explosión de vida. En nuestra existencia ocurre de un modo similar. Cuando nos golpea una crisis tendemos a pensar que supondrá un fatal desenlace pero no tardaremos en comprobar que no es más que el cierre de una etapa que da comienzo a otra.

El final siempre nos alcanza. Puede sorprendernos en forma de sueva brisa o bien golpearnos con la fuerza de un huracán. Si el final es deseado lo esperamos ansioso pero si se este se nos antoja desagradable o doloroso lo rehuimos tanto como podemos. De cualquier forma llega siempre un momento en el que la Naturaleza nos corta el paso e impone su Ley. Resistirse o compadecerse no harán mas que prolongar el sufrimiento de lo inevitable. Afrontar el final serena y tranquilamente permitirá que la transformación que lleva inherente resulte más bella, plena y fructífera.

Podremos aprovechar mejor la fuerza renovadora de un final si lo acogemos de buen grado y nos mostramos dispuestos a aprender de él. Debemos desterrar, en la medida de lo posible, el miedo, incluso cuando veamos que todo queda reducido a cenizas. De ahí surgirá algo nuevo y sano si lo dejamos crecer. El final no es un abismo sino un puente hacia otro lugar

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