Fue hace apenas un mes cuando en este mismo lugar, desde el que hoy me dirijo a ustedes, confiaba en que no sufriríamos graves quemaduras en la prueba de fuego a la que nos vimos todos abocados en una incierta Navidad. Era una prueba decisiva entre luces y sombras en la que todo apunta a que la mayoría elegimos la primera opción. Y no todo son luces, ni las luces siempre iluminan nuestra vida, las luces en ocasiones nos ciegan el camino y las sombras puede que nos den las respuestas. Y más hubiera valido habernos quedado ahí, y haber aceptado la realidad que tocaba, y no una historia de cuento, que al final se ha tornado en una de terror. Para muchos la película no iba con ellos, para otros si las puertas estaban abiertas han preferido salir a cerrarlas. También, por supuesto, ha habido muchos responsables que han elegido quedarse a la sombra siendo totalmente conscientes de la oscuridad, y poniendo a salvo a lo que sin lugar a dudas es lo más valioso, la salud. Ahora todo son excusas a una prueba que era muy sencilla. Y finalmente nos quemamos.

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