El follaero de Los Coloraos

La Memoria colectiva gusta de solazarse en epopeyas, mientras que la Historia aspira a fijar la verdad

Fui siguiendo, siquiera de reojo, la polémica desatada en agosto por Martinez Soler, en La Voz de Almería, sobre el "follaero" de los Coloraos, tildando de ignorante al pregonero de este año, el coronel J. Soriano, con una arrogancia impropia de su talento, por más discrepancias, legítimas, que tuviera sobre aquella hazaña que, a partir de un episodio real, hemos convertido en mito legendario para consumo folclórico de la Memoria popular. Aunque en su génesis y desarrollo persistan dudas y sombras, si se analiza el evento solo como hecho histórico. Y es que la Memoria colectiva gusta de solazarse en epopeyas, mientras que la Historia aspira a fijar la verdad de lo que sucedió, por vulgar que resulte. Y en este caso resulta muy verosímil asumir que, en la revuelta de 1824, según la glosa el historiador M. García Valverde en sucesivas tribunas del Diario de Almería: 1) Aquellos Coloraos no defendieran tanto la Constitución de 1812 (al cabo monárquica) como un liberalismo republicano, tipo mexicano; 2) que lo lideró un grupo de patriotas, pero junto a otros aventureros y mercenarios, pertrechados en Gibraltar con casacas, barcos y armas, (que alguien pagaría, ¿no?) por una Inglaterra obcecada en joder a España; 3) que los tiranicidas se procuraron apoyo lugareño entre contrabandistas y gente sin más ideología que la de afanarse algún botín en la revuelta; y que, en fin, 4) si la asonada hubiera triunfado, el saqueo capitalino, por lo pronto, tal vez sí que hubiera sido épico. Aunque dado el cóctel sociológico del momento (un rey déspota y felón, el aurea heroico liberal de Riego y los fusilamientos impiadosos) se entiende que pocos años después se magnificara la gesta (porque gesta heroica hubo, sin duda) y la Memoria colectiva los exaltara, o no, según quién mandara. Una inercia retomada con brío durante la cosmogonía del andalucismo identitario, allá por 1980, tan exiguo en poéticas y símbolos, que hubo que habilitar a los mitógrafos a mano para que revisaran toda la fanfarria al uso, aun asumiendo riesgos de incurrir en auténticas paletadas, (o sea la propia de paletos, vaya, como la tejida al pobre Blas Infante), y por supuesto se reglorificó a los Coloraos, aunque dejara de contextualizarse el quién, el cómo y sus porqués, en un proceso sesgado por la urgencia. Con tanta porfía, por cierto, como para que aún décadas después, siga generando follaero entre el paisanaje

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