Comunicación (im)pertinente

Francisco García Marcos

Sin fútbol escolar en Cataluña

El sol ha fundido el cielo y parece dispuesto a derretir también la tierra. Cae vectorial sobre la cabeza calva de Maruja, una antigua cantante en sus tiempos de juventud, reciclada en ama de casa después de su matrimonio. En medio de un solar polvoriento, está semienterrada en un montículo. La. vida le parece maravillosa. A lo lejos, acodado en la venta de un hostal, Ramiro observa a la mujer, como quien contempla un paisaje ajeno. Lleva sus mejores galas, preparado ya para casarse esa misma tarde. En la habitación de al lado, las chicas de la limpieza interrumpen su tarea para convertirse, por un instante, en las gobernantas. Primero, intentaron acusar de asesinato al amante de su jefa, luego porfiaron para envenenarla. Visto que nada funciona, una de ellas se toma un chupito de cicuta hasta el fondo. Después eructa. De repente, una bailarina cruza el solar vacío, como si fuera un cisme deslizándose en un lago, fas, fas, fas. Se detiene bajo la ventana de Ramiro y le hace una reverencia. El muchacho, emocionado, aplaude rabiosamente. Siente que en algún momento de su vida debería haberse enamorado de ella. O que, en realidad, lo ha hecho apasionada, salvajemente. Pero la bailarina inicia un relevé y se va, fas, fas, fas. hasta confundirse con la raya del horizonte. Aparecen unos ujieres impecables que van colocando ceremoniosamente sillas en el solar. A los lejos, tras Maruja, se oye un rumor que se aproxima poco a poco. "¡Qué curioso, qué extraño, qué coincidencia!" Los ujieres terminan de acomodar el descampado. Aparecen dos hombres dispuestos a sentarse en las sillas, pero en ese momento descubren que son la misma persona, aunque uno vaya vestido de barrendero y el otro de emperador. Vuelven a aparecer los ujieres, esta vez, para colocar un atril. Cuando reparan en ellos, los espantan con un matamoscas. Con las sillas de nuevo vacías, el rumor llega hasta la altura de Maruja, la sobrepasan, van ocupando el espacio ordenadamente. Maruja solo acierta a ver zapatos, primero andando, luego sentados.

Después de un momento de silencio, aparece el consejero de educación, muy serio. Anuncia que se van a suprimir las pistas de fútbol en los colegios. Así evitarán la discriminación de las chicas y de las personas a las que les gusten otros deportes. Concluye levantando la cabeza, con gesto ufano. El auditorio retumba y exclama "¡Qué curioso, qué extraño, qué coincidencia!" Sin mediar más palabras, el consejero se vuelve hacia su residencia Por el camino tropieza con Juana u Juan, un matrimonio que huye de su casa porque en su habitación ha aparecido un cadáver que ha crecido, y crecido, hasta que casi los asfixia contra la puerta. El consejero de educación no ha entendido nada. Decide que su guardia personal les dé una paliza, por si acaso. Llega a su despacho. cierra la puerta y por fin puede acomodarse en su pesebre. Rebuzna un poco y se queda a gusto. Ya solo piensa en la hora de la comida, cuando el servicio le sirva su ración de zanahoria y alfalfa.

Maruja vuelve a estar sola en el terreno vaciado. Apenas puede abrir los ojos requemados, tiene la garganta reseca y le cuesta respirar. Aún así, piensa que la vida es realmente maravillosa.

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