Hace unos meses, el periodista Jorge Alemán entrevistó, para su canal de YouTube, a Iván Redondo. Me pareció una estupenda entrevista que nos permite conocer algunas de las ideas pivotantes de un pensamiento que impregnó la política de este país; una de ellas, esta: lo generacional y la importancia del correcto diálogo entre, y con, las generaciones. Y nos dejó un ejemplo de diálogo intergeneracional mal enfocado: Plantear la conversación con un joven alrededor de la figura de Felipe González sin tener en cuenta que, por su edad, José Luís Rodríguez Zapatero ya le queda tremendamente lejos. Una cuestión clave, sin duda, y cada día más, pues la polarización ya campa a sus anchas por este país y la sociedad española se encuentra en un momento generacional crucial por dos circunstancias: Una, que ya en España somos muchos los que nacimos instaurada la democracia, de manera que ya somos muchos los que, por ejemplo, solo sabremos de la Transición por lo que podamos oír, ver y leer.

La otra, que ya solo queda una generación en este país que recuerde la guerra civil y/o haya vivido sus peores calamidades, por lo que, igualmente, para el resto de generaciones que hoy decidimos el futuro de España, aquel episodio, y sus consecuencias, será lo que oigamos, veamos y leamos.

Y todo lo anterior, unido a que esta semana se ha aprobado la Ley de Memoria Histórica, me ha llevado a querer ayudar, compartiendo un triste extracto de una vida que si vivió el horror, a que ese necesario diálogo intergeneracional sea fructífero y nunca olvide, pues con el olvido regresa lo que nunca debió llegar: "En la Plaza de Almería a 30 de septiembre de 1939. Año de la Victoria. Reunido el Consejo de Guerra Sumarísimo Permanente de la Plaza, celebrada la vista (…) y vistos los preceptos legales citados y demás de aplicación, FALLAMOS que debemos condenar y condenamos al procesado Pascual Zamora Torres como autor responsable de un delito de rebelión militar por adhesión, sin circunstancias modificativas, a la pena de reclusión perpetua." Pascual era mi bisabuelo, tenía 42 años, mujer y 4 hijos cuando recibió tal sentencia y la orden de cumplirla a cientos de kilómetros su familia, en la cárcel de Valladolid, donde acabó enfermando tan gravemente que le permitieron ser trasladado a la cárcel de Sorbas, y, en su historia, un sólo pecado: estar en el bando perdedor de una horrenda guerra fratricida; no cometió delito de sangre alguno, la propia sentencia lo confirma, solo fue un comerciante y campesino hijo de Carboneras que decidió defender sus ideales y luchar por ellos. Tras una reducción de condena y ser llevado a la cárcel de la capital, finalmente fue puesto en libertad con 52 años y volvió a su querido pueblo, pero solo lo hizo en cuerpo, pues su mente y su voz se quedaron atrapadas entre los barrotes de aquellas celdas. Falleció poco tiempo después.

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