45 grados en Canadá

Contravenir lo evidente con lo infundado suele acabar en despropósito cuando se cierran los ojos de la razón

Aunque el negacionismo se aplica especialmente a la inexistencia del holocausto, del exterminio sistemático de judíos en el régimen nazista alemán, es considerado asimismo ante otras tantas realidades o situaciones naturales, además de históricas, donde parecen cerrarse los ojos de la razón. La infección del virus pandémico es una de ellas y entonces el negacionismo se asocia a las teorías conspiratorias en un maridaje a propósito. El origen de la epidemia, el rechazo a las vacunas o los efectos de su inoculación dan, así, para interpretaciones y reacciones dígase reñidas con la sensatez aunque esta, como el sentido común, no guíe las resoluciones del entendimiento.

El cambio climático es otra de esas materias propicias para el negacionismo. Si bien, en este caso, más que la conspiración interviene la oposición o la beligerancia con destacados a la vez que beneficiados apóstoles del mismo. Por más que el significado de los términos dé juego con lo que denotan, propiamente, y connotan, por extensión, no es un mantra el cambio climático aunque se aproxime, por su recurrencia, a las palabras sagradas del hinduismo o del budismo en la recitación de los cultos. Las razones últimas o principales de tal cambio son objeto de controversia pero sí resultan bien evidentes algunos efectos de alcance. Baste pensar en los más de cuarenta y cinco grados que se han alcanzado estos días en Canadá y en las más de cien muertes por tan altas temperaturas donde en modo alguno son habituales. Aunque aliviaran con regocijo para no pocos, diez grados de máxima en agosto, por estas lindes nuestras, serían otra alarmante constatación de una gran anomalía. Los expertos sostienen, sin embargo, que un calentamiento global no explica este irregular y localizado fenómeno, sin que con ello se pretenda abonar el negacionismo.

Hacer compatible la fe, las creencias, con la ciencia es asunto tan difícil como atractivo, pero contravenir lo evidente con lo infundado acaba en despropósito. La falta de certezas, en definitiva, es propia de este tiempo, acaso también clima, posmoderno. Sin embargo, no se trata de que falten, sino de que se les resta valor o se contradicen sin fundamento.

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