Metafóricamente hablando

Antonia Amate

Del gris a la esperanza

Ahora todo ha cambiado, un aciago día, los ancianos comenzaron a desaparecer con mayor rapidez

Muchos días de abril han amanecido grises, como tristes. El cielo, casi siempre lleno de nubarrones, ha dado una luz cenital a la ciudad, derramando sobre sus calles una lluvia intermitente, inusual en estas latitudes. El mar lo refleja sobre sus aguas quietas, vestidas de un gris perla, que se confunde con el horizonte, como si ambos hubiesen sido trazados de una sola pincelada. Desde que comencé a trabajar, sabía que mis servicios apenas eran valorados por una sociedad en la que el éxito se medía en euros. No tenía más formación que la de ama de casa, y cuando faltó el pan en ella, puse mis únicos conocimientos al servicio de una pequeña empresa. Mi único orgullo al volver a casa, era llevar el dinero necesario para cubrir las necesidades de mi familia. Nunca hablaba de mi trabajo, como lo hacían otros amigos. Los suyos eran interesantes. Del mío nada que decir, la valentía estaba tan lejos de las condiciones laborales, como alcanzar los mil euros al mes, por tan anodina experiencia. Es verdad, que de vez en cuando, hacía amigos allí. Estaban tan solos como yo, y me contaban que habían tenido hijos, que estaban muy bien colocados y ganaban mucho, que sus nietos eran buenos estudiantes, y que ellos disfrutaban con su éxito. Otros, sin embargo, me transmitían su soledad, su desvalimiento en las horas más bajas, haber tenido que dejar su hogar, para estar en lugar extraño... Muchos de ellos, habían tenido una vida interesante, llena de experiencias, viajes, incluso rodeados de un lujo, que desapareció con la jubilación, volviendo gris su vida. Yo les escuchaba amablemente, pero no dejaban de ser unos desconocidos, que cada cierto tiempo desaparecían sin dejar rastro, para ser sustituidos por otros, que venían a ocupar su lugar. Nunca conocí a sus familias, a aquellos hijos de los que hablaban con devoción, y que venían a visitarlos periódicamente, llevándoles un soplo de vida, que les servía para resistir hasta la siguiente. Ahora todo ha cambiado, un aciago día, los ancianos comenzaron a desaparecer con mayor rapidez, las puertas se cerraron a cal y canto, y nos quedamos encerrados, residentes y trabajadores. Ahora la familia somos nosotros, las nuestras quedaron fuera, a cubierto del peligro que somos para ellos. Mi trabajo se ha convertido en algo tan esencial, como la esperanza de vivir. Nos llamamos por nuestro nombre, compartimos la vida, reímos y lloramos juntos. Armada de mopa, desinfectante y gamuzas, recorro los pasillos, entro en las habitaciones, y soy recibida con cariño, sabemos que sin eso, no hay salida. El sol, pujando por salir, está detrás de esas nubes grises, de esos ojos, rodeados de pliegues, en los que brilla la inocencia de los niños. Esos hombres y mujeres de cuerpos frágiles, poseen la fortaleza que nos sustenta a nosotros, y su mirada, cada día que pasa, se va llenando del verde esperanza del que están amasados ellos.

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