¿Quién habla?

Yo hablo, piensan, y para dar más valor a mis palabras digo que escuches lo que digo porque yo soy el pueblo

E SCUCHA al pueblo!", vocifereba, más que decía, aquel manifestante, dirigiéndose a los políticos de enfrente. Escucha al pueblo. El pueblo habla y exige que se le escuche. Y se trataba de una exigencia razonable en boca del manifestante: que se escuche al que habla. Y algo parecido decía el tal Pablo Iglesias exigiendo que se escuche al pueblo. Pero, ¿puede hablar "el pueblo"? ¿Es el pueblo un sujeto capaz de hablar? Y el que dice "el pueblo", puede decir igualmente "la militancia". Porque, a fin de cuentas, ¿existe "el pueblo"? ¿existe "la militancia"? Con estas preguntas tal vez me esté desviando hacia el famoso problema de los universales que tanto juego dio a los filósofos medievales. Entonces y en esos esos casos yo siempre me inclinaba por la posición de Guillermo de Occam que decía que los universales no tienen ninguna existencia real, que las palabras que designan a un colectivo no son más que emisiones de voz, o a lo sumo, eran simples entes de razón sin existencia real aunque tenga un cierto fundamento en la realidad. Considerarlos, por tanto, platónicamente como sujetos capaces de acción, no es más que una "ontificación", un elevarlos a la categoría de lo real, con escasa justificación. Pero este proceso ilegítimo que tal vez parezca una vana discusión a la que tanto nos dedicamos los filósofos tiene unas consecuencias graves en el campo de la política. Permite un curioso proceso de sustitución que pretende adjudicar a una totalidad lo que no es más que una reivindicación de una serie de individuos que se consideran a sí mismos como los auténticos representantes del pueblo, como la voz de este pueblo. Yo hablo, piensan, y para dar más valor a mis palabras digo que escuches lo que digo porque yo soy el pueblo. Pura suplantación ilegítima y curiosa: se suplanta algo que no existe. Pero olvidan que ellos no son ese pueblo, que tal vez los individuos que forman la colectividad van por otro lado. Hay pruebas palpables de lo contrario. Los manifestantes de la egipcia plaza Tahrir o del parque turco Taksim Gezi creían que ellos eran el pueblo. Pero las posteriores elecciones demostraron que no eran más que una minoría porque la otra colectividad, la mayoría silenciosa, la que no gritaba ni se manifestaba ni se enfrentaba con mayor o menor virulencia a las fuerzas del orden no estaba con ellos. ¿Podríamos encontrarnos algo parecido en un futuro no muy lejano?

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