Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

Los heraldos negros

Los heraldos son tan antiguos como la humanidad, a la que han trasladado los anuncios de los dioses, de otros hombres, del destino, de cualquier fuerza ignara. Se trataba de seres especiales, dotados de capacidades singulares que los hacían sobreponerse a cualquier ser humano, cuando se percataban de su presencia. Aunque esto último no siempre sucediera. Sus mensajes anunciaban cosas que, por el bien de sus destinatarios, convenía observar con precisión y detenimiento. No siempre sucedía así y esos momentos de desatención y desidia solían acarrear toda clase de penalidades.

Como suele suceder, los heraldos no han desaparecido en nuestros días, aunque han mutado su iconografía y, probablemente, hayan aprendido a manifestarse con mayor sutilidad. Hace más de un lustro, sin demasiados aspavientos, de manera casi imperceptible, la Universidad de Harvard impartía ya más del 90 % de su docencia de tercer ciclo a través de Internet. Bien pensado, no dejaba de ser una forma ostensible de ampliar el mercado y, por consiguiente, de incrementar el rendimiento económico de su docencia. De alguna manera, obedecía a una lógica poco menos que inevitable de modernización y adaptación a los nuevos tiempos. Hablamos, por cierto, de Harvard, no de cualquier sitio, sino de la universidad mejor valorada del mundo, año tras año.

La banca completamente electrónica es todavía más antigua. Desde hace décadas existen las entidades que no están en ninguna parte física concreta. Justo por ello abarataban espectacularmente costes, sin oficinas, con el mínimo de trabajadores, con lo puesto y esencial. Eso permitía ofrecer productos muy competitivos. Esa banca, además, portó un ejemplo, desde luego, que fueron siguiendo las entidades tradicionales que, poco a poco, fueron ampliando su radio de competencias electrónicas, en Internet, en los móviles, en los relojes inteligentes.

La administración tampoco se despistó, aunque no lo pareciera en un primer momento. Los formularios en papel han ido desapareciendo gradualmente, sustituidos por aplicaciones informáticas, de intrincado manejo, selladas por claves que se olvidan sin remedio, rubricadas por un código de barras que despersonaliza irremisiblemente a sus signatarios. Un buen día, el personal de administración y servicios, como los empleados de banca, también quedó reducido al mínimo.

No es tan infrecuente atribuir estos y otros cambios similares a la pandemia y sus consecuencias sociales. Cuando se consiga vencer al virus físico, quedarán estas secuelas sobre nuestra vida como meros ciudadanos. Pero, en realidad, todas estas cosas ya existían antes. La pandemia únicamente se ha encargado de acelerar viejos presagios. Eran heraldos, heraldos negros, que no son pocos, pero que en definitiva son. Anunciaban tiempos oscuros, aunque lo hicieran a cuentagotas y de manera subrepticia. Sin percatarnos, estaban dispuestos a abrir zanjas hasta que cruzan los rostros más fieros, incluso los lomos más fuertes. Esa es la Nueva Normalidad Definitiva que no es espera, como una amenaza.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios