La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El hijo de Alberto y Ascensión

La nueva inquisición nos quiere dictar cómo debemos recordar a las víctimas, cuáles deben ser homenajeadas y cuáles no

El hijo de Alberto y Ascensión se parece mucho a su padre, al que vimos por última vez una noche en un bar de los jardines de Murillo de Sevilla. Alberto Jiménez-Becerril García estudió en Los Maristas. Nos los presentó un día en la popular cafetería Ochoa de Sevilla el latinista Juan José Morillas. Estaba a punto de cumplir los 18 años. Cualquier contacto con periodistas debía estar en conocimiento de su tía, la batalladora Teresa Jiménez-Becerril, a la que siempre recordamos en la primera fila de los palcos de la Plaza de San Francisco las tardes de Semana Santa. Alberto está hoy a punto de cumplir los 30 años si no nos fallan los cálculos. Ayer supimos de nuevo de su vida, cuando salió a la palestra para denunciar que ya quisiera viajar doce horas en autobús para encontrarse con sus padres. Tal vez este comentario habrá provocado molestia, escozor o desdén en algunos. Esos mismos que saltan como fieras corrupias a cada voz de mando de los sacerdotes de la ideología de género para efectuar las condenas de carril que manda la nueva inquisición, pero callan ante los mismos hechos si las víctimas o afectados son de derechas. Es probable que algunos se hayan incomodado al saber que el hijo de Alberto y Ascensión ha levantado la voz en un mensaje que, por fortuna, recogieron algunos telediarios. Qué cómodos estarían algunos con que el recuerdo de aquel matrimonio se redujera a la lápida de la calle Don Remondo, donde hace un frío de enero hasta en agosto. ¡Qué pesadas las víctimas con sus matracas! ¡No se puede vivir siempre así! ¡Hay que ceder alguna vez! Son comentarios propios de los paladines de la igualación entre los verdugos y los ejecutados. Espero que el hijo de Alberto siga incomodando las conciencias con esa verdad que sólo tiene un camino. Que nunca olvide que miles de andaluces tienen siempre en la memoria aquella noche de finales de enero del 98, aquella homilía valiente de monseñor Amigo cuando el episcopado vasco coqueteaba con los etarras para vergüenza y náuseas de miles de católicos, aquellos adoquines gélidos donde quedaron las vidas de sus padres, aquella impresionante manifestación con final en la Plaza Nueva, aquellas lágrimas de la alcaldesa Soledad y de los concejales de todos los partidos, incluidas las de señores como José Rodríguez de la Borbolla (PSOE) y Luis Pizarro (IU). Claro que hay que evolucionar. Y el hijo lo ha hecho. Claro que hay que vivir. Y sabemos que el hijo vive con el vientre limpio y que además gestiona con moderación y mesura los mensajes públicos sobre sus padres. Pero hay veces que uno ni puede ni debe guardar silencio.

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