De Reojo

José maría requena company

Un hombre del Renacimiento

Es plausible la inciativa del Ayuntamiento de otorgar la medalla de Oro de la ciudad al músico Chipo Martínez

La feliz iniciativa del Ayuntamiento de Almería, de otorgar la medalla de Oro de la ciudad al músico Chipo Martínez, me resultó tan sorpresiva como plausible ya que redime una inusual sensibilidad de la Corporación munícipe con un personaje tan simbólico, famoso y querido socialmente, más allá del currículo academicista o la estética de salón al uso. Pero Chipo, el impenitente músico de nuestras mejores galas y el maestro de varias generaciones guitarreras, aunque sea un personaje célebre en Almería, sospecho que a la vez es un gran desconocido en su dimensión polímata, o sea, la de ese tipo humano, pocos quedan, cuyas habilidades y talentos, abarcan múltiples disciplinas artísticas, y todas, además, de forma admirable. No por casualidad sino porque une un talento natural, a un esforzado empeño por desplegar todo el potencial que encierra. Un ideal propio del hombre del Renacimiento, en su vocación rupturista con la inanidad de su entorno para afrontar la aventura existencial de explorar todos los asombros vitales a su alcance. Y como buen explorador, en su adolescencia estuvo más cerca de las artes apofánticas, (como las distinguió E. Trías), o sea mundanales, como las teatrales (es autor, actor y escenógrafo audaz) o literarias (lector voraz, fabulador crónico), y pictóricas, para las que está genéticamente dotado, acaso como portador de algún don agnaticio, que esboza en gozo cohibido, del que nunca se ha liberado. Expresiones humanistas que ha compaginado con esa otra gran pasión en la que volcó finalmente lo más florido de su actividad, la reina de las artes "fronterizas": la música; en la que, de una forma u otra, vive entregado desde los años sesenta. Y de forma brillante porque sus registros musicales son inagotables y no tienen más límite que el silencio. En cualquier escenario del mundo, destacaría. Para mí, que solo desafina en su flaqueza ante una de esas virtudes apofánticas, o sea mundanales, que la sociedad valora de forma tan anárquica como paradójica, y cuyo abuso suele venir cargado de frustrante porvenir: su bonhomía. Insólitamente dotado para jamás negarle un favor, o incluso un capricho a un amigo, en su legendaria paciencia ha sido expoliado (en cuanto su Mª Ángeles se despistara) con cierta impiedad, por incontables diletantes musiqueros para que nos diera sentido a las ocurrencias melódicas de ocasión. La medalla y hasta el cielo, bien ganados están

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