La hora de la buena retórica

Para que funcione la democracia, lo primero es respetar con los hechos, dichos y silencios nuestra inteligencia

Cuando un gobernante necesita el apoyo del pueblo, recurrir a la extorsión espiritual es la peor decisión y la que a mayor precio se acaba pagando: puedes embaucar a alguien alguna vez, pero no vas a sobrevivir entonando cantos de sirena con la mano en el corazón ni aquietando sierpes con el magnético poder de tu mirada cautivadora. Al final, la serpiente atacará igual que te destrozará la sirena (que se lo digan, si no, a los compadres del pobre Odiseo). Me resulta escandaloso oír que hay que hacer pedagogía de una medida o que hay que vender bien las propuestas: en ambos casos, pienso que se nos falta el respeto y se nos considera material moldeable, no ciudadanos libres dotados de razón y de intelecto. Para que funcione la democracia, lo primero es respetar con los hechos, dichos y silencios nuestra inteligencia. No consumimos mensajes ni compramos ideas: las valoramos y actuamos.

El mensaje, cuando se diseña como un producto, se convierte en razón pasajera y pañuelo de usar y tirar; se torna tosca exhibición de lemas publicitarios, consignas baratas y pegadizos estribillos que nos remiten a una constelación de emociones, nos arrinconan en el callejón del grito y nos fuerzan a usar el hígado, no el cerebro. Quizá en momentos mejores podríamos hasta reírnos de tanta impudicia, pero no ahora, no cuando los muertos se cuentan por decenas de miles y el mundo está reventando por las costuras. No estamos para bromas y eso lo saben perfectamente los me-mercaderes, seres oscuros que viven de difundir barbaridades sabiendo que los van a seguir dos tipos de personas: los que carecen de pensamiento crítico y los del "Piove, porco Governo!" mande quien mande. La aparición de las vacunas que empezarán a usarse el año próximo es un buen momento para ejercer una buena retórica, que no es la del discurso altisonante, los grandilocuentes gestos y las entonaciones campanudas, sino la de los auténticos responsables que explican las cosas con sencillez, plantean las medidas con lógica y proponen cursos de actuación razonables y comprensibles. Caer en la propaganda es grave error; intentar buscarse un hueco en la Historia a codazos con el partido de al lado sería funesto; empeñarse en no compartir la responsabilidad y untar de culpa a los demás será un desastre físico y moral. Ha llegado el momento de la buena retórica, pero los precedentes no son, precisamente, esperanzadores.

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