Una identidad navideña

Y claro que es valioso construirse una identidad propia, sin duda. Puesto a elegir, prefiero las construidas de modo artesanal

L A metáfora del individuo como una ola, o sea, como algo único y a la vez idéntico al resto de las que rizan la superficie oceánica, ha sido una imagen recurrente en la filosofía y la literatura. Algo parecido al tropo shakespeariano de que estemos hechos, todos, con el mismo material con que se construyen los sueños, por más que lo ocultemos tras la corteza ocasional de las culturas y ritos sociales entre los que nos encunaron al nacer. Y que, a modo de partituras, nos inducirán de por vida a operar entre convenciones cegateras -salvo que se alivien a través de la ilustración- ante esa realidad igualitaria que subyace bajo el disfraz con que cada tradición nos abriga y engalana, pero también confina. Porque lo cierto es que los ropajes y atavíos a la vez que encubren las intimidades comunes, también, ayudan a construir la identidad individual de cada cual. Y a subsistir cual ola integrada en un océano único, bogando diluidos, serenos o encrespados, a lo largo de la vida entre el flujo acaparador del Yo íntimo y su catálogo de clichés culturales que nos asocia a un nombre propio y filiación, a una lengua y al código de creencias o valores con el que nos dotó el entorno natal al que me refería. Enrolados sobre una biografía rotulada por los fluidos humorales desde los que operamos y que tan a menudo, ay, nos hacen olvidar nuestra inexorable pertenencia al todo, a la masa humanal de la que surgimos y a la que nos debemos. O sea, al cosmopolitismo, como llaman a ese ideal de sentirse -más allá de las envolturas de razas o estatus-, solo un átomo más entre los de una misma especie: un ideal con algo de historia, mucho futuro -acaso el único digno- y pocos adeptos, hoy por hoy. Un ideal repudiado por los gurús tribales obsesionados por singularizar su tierra y a su gente -en contra de la tozuda evidencia biológica- potenciando solo lo peculiar a modo de seña identitaria bifronte: para cohesión interna y contraste lugareño con extramuros. Y claro que es imperioso construirse una identidad propia, sin duda. Pero miren, puesto a elegir, prefiero las construidas de modo artesanal, usando modelos ejemplares, ya históricos o actuales, donde mirarse y aprender a disfrutar la única vida que merece ser vivida: la que se comparte con los demás. Como la que simboliza esa epifanía que cierra y pone el broche humano por excelencia a las fiestas navideñas: Feliz Navidad y próspero Año Nuevo.

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