El ignorante ilustrado

Este ha sido el año en el que más notable se ha hecho la ignorancia que nos acecha, una atribuible al orgullo intelectual o soberbia

Estos días he visto diferentes resúmenes del año de la pandemia. Y reconozco que con algunos tengo ciertas afinidades pero con otros mantengo mis discrepancias. No obstante me voy a tomar la licencia, queridos lectores, de ofreceros mi visión personal. Creo que este ha sido el año en el que más notable se ha hecho la ignorancia que nos acecha, y no una ignorancia vinculada a la falta de formación sino una más bien atribuible al orgullo intelectual o a eso que solemos llamar soberbia. Digamos así que ha sido el año de la petulancia. Para empezar esta nueva realidad generó un falso brote de solidaridad que estuvo asociado a eso de la estética de la solidaridad, y al populismo, en lugar de a una solidaridad real, porque cuando se levantó el primer estado de alarma bastó un verano para que la solidaridad y los logros conseguidos se invirtieran. Los "asomanarices" dejaron constancia de la escasa moralidad y responsabilidad que en realidad tenían. Por otro lado también brotaron los expertos en politología (ciencias políticas) y en epidemiología. Surgieron en las redes personas que sin saber lo que decían generaban corrientes de opinión que acababan en la incitación al odio. Y todavía no han descubierto que la verdad absoluta no existe. Aun creen que esto de la vida en sociedad consiste en designar culpables e inocentes. Vivimos la era del prejuicio desde entonces. Es por todo esto por lo que me parece que nos hemos alejado de las certezas y de la sensatez. Yo me confieso no tener ninguna. No soy politólogo, ni epidemiólogo, ni he investigado el coronavirus en un laboratorio. Pero no me he permitido odiar a quien no piense lo mismo que yo, solo porque crea que la verdad absoluta exista y que es de posesión propia. Permítanme elogiar la virtud socrática como fuente de conocimiento. Admitir nuestra ignorancia conduce a conocer mejor el contexto que nos envuelve. Desde ahí si es posible detectar grietas, fallos. Y esos vacios nos hacen más honrados a la hora de tejer argumentos sobre las certezas que admitir las certezas solo por la fe en las estéticas del conocimiento. Con todo esto quiero decir que prefiero ser un ignorante ilustrado que un ilustre ignorante. En una situación como esta Sócrates nos diría: "pregúntate a ti mismo y cuanto te respondas vuelve a preguntarte de nuevo, hasta comprobar cuanto duran la validez de tus respuestas".

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