Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El imperio del 'carpe diem'

La expresión carpe diem es seguramente el latinazgo con mayor éxito popular. Significa "coge el día", y por extensión llama a aprovechar el momento presente, ante la inexorable fugacidad del tiempo. Aunque si damos la razón a San Agustín -y debemos dársela al de Hipona- el presente es fugaz, inexistente a la postre, como inexistentes son para las cosas reales tanto el pasado como el futuro. Pero hoy es domingo, día de asueto para la mayoría de nosotros, y meterse en disquisiciones sobre el infinito misterio que es para los humanos el tiempo es impertinente. Debemos disfrutar de la mañana soleada del otoño que ya periclita. Eso, en el caso de que usted esté en el sur, y no en un norte azotado por nevadas y lluvias torrenciales. El tiempo -el climatológico- tiende con vértigo a la bipolaridad. Inquieta la fatalidad de la pertinaz sequía -otra expresión estándar muy popular-. Pero vamos al vermú de moda, no agüemos la fiesta. Que ojalá pudiéramos aguarla con litros de precipitaciones por metro cuadrado, y que encima fuéramos demiurgos capaces de concentrar la lluvia en los campos y embalses más necesitados. Unas aceitunitas cuando usted pueda.

Carpe diem decimos brindando tras un funeral. A unas dadas, carpe diem justifica todo pasote y desfase. Nada que objetar; si no se salpica, claro está. Por el contrario, el carpe diem por sistema y como lema es señalado como una patología de la pedagogía moderna, que -sostienen algunos- ofrece a niños y jóvenes una alternativa al esfuerzo, una coartada que traslada al presente -a la nadería- cualquier proyecto que exija trabajo y empeño, cualquier planificación del futuro. Oh, el imperio de lo lúdico, el afán de la diversión, convertida en una aspiración inalienable que, junto a otras e in crescendo, desequilibra el balance social entre derechos y responsabilidades de las personas que conviven en un territorio.

También está sujeta a la soberanía del presente inmediato la política fragmentaria y esclava del intercambio de estampitas -¡es la democracia, estúpidos!... ¿hay otra cosa?-. El carpe diem parlamentario es hijo de un desigual peso de los votos que hace que grupos pequeños de habitantes absorban más influencia, recursos y, a la postre, poder que otros mucho más poblados y probablemente más necesitados. Valga como colofón un dato: ERC, tras despistarse Rufián, logra un porcentaje de presencia del catalán en la nueva ley audiovisual... o no apoyará futuros Presupuestos que afectan a todo el país. Matar moscas a cañonazos. Fuera las caretas, que el ritmo no pare, no, ¡carpe diem, ja-ju!

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