De importación

No es aceptable que haya quien pretenda darnos lecciones. Se lo he tenido que recordar a un súbdito de la Pérfida Albión

Hubo un tiempo en el que la procedencia de cualquier cosa de un lugar allende los Pirineos, y no digamos si su origen era ultramarino, era motivo suficiente para presuponer su valía, y ganar enteros si había que compararlo con lo que procedía de dentro de nuestras fronteras. Eso valía para bienes de consumo, servicios y las expresiones artísticas. Aún recuerdo la mirada de Alfredo, mientras yo sostenía en vilo un vinilo de un grupo inglés, cuando le pregunté si era bueno: "¡Hombre, es de importación!". Así era, las cosas -incluso las personas me atrevería a afirmar- eran más buenas, más útiles y más valiosas siempre que fueran importadas. Ciertamente tengo la impresión de que ahora la cosa ha cambiado muy mucho. España se ha convertido en una exportadora de bienes y servicios, y así es reconocido por el mercado, por lo que cuando lo que aquí se produce o se crea tiene que competir con lo que proviene de fuera, normalmente lo hacemos en igualdad de condiciones y sin demasiados apriorismos. Estoy sentado en la mesa de mi despacho, la que tengo en casa, por cierto, una magnífica mesa española, de un color uniforme y un acabado perfecto, tanto en su lámina como en los remates, constatando que el parte meteorológico ha acertado en sus previsiones de nuevo, adivinando con precisión de cirujano la hora en que el cielo se iba a derramar sobre la tierra, así como la forma de hacerlo. Eso tiene trabajar bien. Y digo esto porque creo que es bueno recordar que nuestra patria/nación es la más antigua de todas aquellas que nos hemos asociado entorno a una idea de Europa, y si bien es cierto que nuestra Democracia tardó en llegarnos, no lo es menos que la calidad de la misma no tiene nada que envidiar a aquellas centenarias que nos rodean. Por eso no es aceptable que a estas alturas haya quien pretenda darnos lecciones. Se lo he tenido que recordar a un súbdito de la Pérfida Albión que me recriminaba que todo el tiempo que los españoles perdemos en decidir quién rebasa primero el quicio de una puerta, lo ganamos no lavándonos las manos después de una micción. Y me temo que se lo tendré que recordar a todos aquellos que dan mayor valía a la decisión adoptada en unos días por un Tribunal regional alemán que la que ha tomado nuestro Alto Tribunal tras una instrucción de meses. No. Los fallos judiciales de importación no son mejores que los que se dictan en las Salas españolas.

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