Toda etapa llega a su fin. Es una realidad inherente al hecho de existir. Cuando llega el momento de dar por concluida esa fase se abre ante nosotros un vacío que es tanto más grande cuanto mayor es el salto que hemos de dar hasta el siguiente ciclo. Será habitual sufrir entonces miedo ante la incertidumbre de lo que nos espera así como dolor por la pérdida de lo que dejamos atrás.

Existen cambios de etapa de muy diversa índole, por supuesto. Podemos, por ejemplo, iniciar un nuevo proyecto laboral, cambiar nuestro lugar habitual de residencia o tratar de seguir hacia adelante mientras aprendemos a convivir con la ausencia que deja la partida de un ser querido. Si algo tienen en común estos cambios es que, para afrontarlos, partimos de una estructura básica compartida. Para conducirnos del mejor modo posible en un nuevo ciclo vital será siempre necesario despedirnos del anterior.

Despedirnos supone, en primer lugar, homenajear a quien ha formado parte de nuestra existencia. Implica asignar una importancia sempiterna a quienes nos guiaron, nos ayudaron y nos quisieron. Una buena despedida construye un altar en nuestro interior donde albergar recuerdos sagrados.

Despedirnos nos ayuda también a elaborar el duelo. Implica poner en funcionamiento los mecanismos de nuestro aparato mental que nos permitirán mitigar el dolor de la ausencia y potenciar el mejor recuerdo de quien ya marchó. Nos permite recordar para llegar a olvidar en palabras de Freud.

Somos en relación a los demás. Nos construimos con pedacitos, recuerdos y momentos de otras personas. Si nuestros átomos físicos han podido formar parte, previamente, de un sinfín de estructuras nuestra psique y nuestra alma se nutre de otras para crecer. La despedida ayuda a encajar esas piezas ajenas en nuestro propio puzzle.

Y para que una despedida sea completa debemos mantener una estricta observancia del rito. Decir adiós es tan importante que debe seguir una pauta que la llene de solemnidad. Existen fórmulas generales pero a la sazón cada cual deberá construir su propio ritual de despedida barnizando cada momento de una pátina ceremonial.

Por cierto que, de tanto hablar del adiós, les participaré que el que suscribe no se despide por el momento, pero sí dice un hasta luego. La promesa de un septiembre de temperaturas más amables traerá también consigo una brisa cargada de nuevas columnas. Les espero donde siempre.

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