A VECES parece que no hablamos la misma lengua. Algo de eso hay. Empleamos la misma lengua, pero no la compartimos. El continuo extrañamiento de los significados se acomoda mejor al filibusterismo político. No deja de ser una forma de colonizar el imaginario colectivo que todos compartimos para ahormarlo conforme a intereses particulares. Pero ese proceder tiene el serio, y grave, inconveniente de que nos desubica a todos como sociedad y, en última instancia, la banaliza hasta límites poco soportables. La polémica en torno al proyectado indulto de los políticos independentistas catalanes es semánticamente estéril, aunque vaya a terminar en una manifestación sanadora. El DLE es meridiano. Un indulto es la "gracia por la cual se anula la pena impuesta por un delito, o se conmuta por otra menor". No se niega el carácter delictivo de una actuación. Solo que se anula la pena o, en su caso, se atenúa por quien tiene potestad para ello, el ejecutivo, no el poder legislativo ni tampoco el judicial. Lo que está proponiendo Pedro Sánchez no es excepcional. El parlamento hizo unas leyes, la justicia las aplicó y ahora le toca al gobierno decidir si indulta (o no). La opinión del Tribunal Supremo es una más, dado que lo discutido no es la desobediencia de una ley, sino la aplicación de una prerrogativa gubernamental. La única discusión posible está en el ruedo político, como lo ha hecho siempre, por cierto. Eso sí, la comparativa juega decididamente en favor de Sánchez. En la Nochebuena de 1988 Felipe González indultó a Alfonso Armada, cerebro del 23-F. Al ministro Barrionuevo y a Rafael Vera, su mano derecha, los excarceló Aznar. Y la lista es mayor. La Fundación Civio recoge hasta 200 indultos para corruptos condenados desde 1996, otorgados por Rodríguez Zapatero e incluso Rajoy. Curiosamente, el Tribunal Supremo se había mostrado flexible y comprensivo hasta ahora. Incluso llegó a informar positivamente la excarcelación de Tejero, lo que habría supuesto un sonrojo histórico solo comparable al reinado de Fernando VII. De manera que el ejecutivo sabrá las razones que tiene para hacerlo y el tiempo dictaminará si se ha equivocado o acierta. Mientras se decide Sánchez, los conjurados de Colón van adulterando la memoria, para ver si cala algo. Ahora resulta que el gobierno saca a los golpistas, a la vez que acerca a los mayores asesinos de la historia, los etarras, a España. No hace falta ser un avezado historiador para saber que el golpe de estado en el Parlamento lo dieron otros, o que los mayores asesinos de España han sido la Santa Inquisición y Franco. Tampoco está de más recordar que el indulto carcelario a los presos catalanes es también un indulto social, al menos para un sector del país que prefiere el diálogo al enfrentamiento cerril. Hay un riesgo, ciertamente. Como den a elegir para la jefatura del estado entre Junqueras y un Borbón, no me extrañaría que muchos prefieran ser ciudadanos de una república a súbditos de una monarquía.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios