De injusticia hablo

El ultraje a las obras del universal Juan Marsé en una biblioteca de Cambrils y las acusaciones de traidor y renegado son todo lo contrario de un proceder democráticoEl fútbol, al igual que el circo, pertenece a nuestro imaginario colectivo. Forma parte de nuestra cultura

Si es cierto que, como siempre, parece que el fútbol lo ocupa todo. Es el circo que acompaña nuestro pan de cada día. Pero es el ejemplo más claro que define la sociedad en la que vivimos. Y es que lo que ocurre en el balompié es fiel reflejo de los instintos más íntimos y de los mecanismos con los que bregamos para ser o para posicionarnos.

La incapacidad de debatir y los absolutismos. Sobre este extremo, si nos damos cuenta es real. Los aficionados de los diferentes equipos, así como los enemigos naturales son incapaces de hacer juicio crítico. Ya puede haber jugado su equipo del alma como un churro, ir últimos en la clasificación o estar sus jugadores jugando con una pata de palo cada uno, que no pasa nada: mi equipo es el mejor.

Las injusticias y la falta de credibilidad. La arbitrariedad manifiesta en muchos de los partidos que se juegan -aún muy poco investigado sobre los supuestos sobornos, apuestas ilegales o amaños de partidos-, ya sea por culpa del árbitro o por las bolas calientes en los sorteos, no suponen ningún tipo de agravio para los espectadores. El ciudadano quiere ser feliz. Lo sabe. Y está dispuesto a dejarse engañar, siempre y cuando, su estado de confort esté satisfecho. Cueste lo que cueste. Se pague lo que se pague. Si hay que hacerse el sueco, se hace. Si hay que mirar hacia otro lado, se mira -con lo sencillo que es poner el ojo de halcón-. Somos y nos hacemos corruptibles.

La inculcación de determinados valores y la exclusión social. Si usted se da cuenta, querido lector, hay detrás de toda esta filosofía un criterio claro de persuadir y de someter al pueblo. De una forma educada. Apenas perceptible y que juega con el componente amable de la dignidad bien encauzada. Nadie se siente menospreciado. Tenemos algo en qué sentirnos orgullosos. Nos cohesiona como grupo. Yo he visto colegios en algunas regiones cantando el himno de su equipo favorito el día de su fundación -no sé hasta cuánto se echará de menos la cara y el sol de frente-. Pero no hablo de hace décadas. Sólo de hace un año o dos. No hemos cambiado de uniforme. Sólo lo hemos pintado de otro color y con ello nos diferenciamos del resto.

El fútbol, al igual que el circo, pertenece a nuestro imaginario colectivo. Forma parte de nuestra cultura. Nos debemos a él y cada domingo, religiosamente, cumplimos con nuestros votos. Adoramos al dios del balón y nos comemos la hostia, mientras nos meten el gol.

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