La inquisición de los enfadaditos

Los enfadaditos son una versión ignorante y casposa de aquellos Inquisidores de antaño

Quien no distingue Tribunales de Justicia y cadalsos está en peligro y nos pone a los demás en peligro porque, o asentimos a sus exigencias, o nos considera cómplices de lo que sea y reos de lo que sus fantasías dicten. Asistimos a una ceremonia de juicios previos o, más exactamente, pre-juicios, que condenan por sospechas y nunca absuelven al condenado ni le reponen su honor aunque al final se demuestren infundadas. Los enfadaditos, esa tribu indignada, son un peligro para la salud de nuestra sociedad.

A mi parecer, no debemos despreciar ni censurar las palabras basándonos en lo mucho o poco decente que nos parezca su autor. Hace más de dos mil años, el poeta Catulo le escribió a su amada unos versos llenos de cientos y miles de besos y dos colegas suyos lo tacharon de sensiblero y poco macho. Aparte de amenazarlos con darles por donde amargan los pepinos para que vieran si era o no un machote (se ve que el concepto de sexualidad que ellos tenían no era igual que el nuestro), mantenía que una cosa es la persona y otra diferente sus escritos. Andando el tiempo, nos hemos acostumbrado a vivir según dictan los que Serrat llamó: "macarras de la moral" y no vemos que ese hábito poco tiene de nuevo. Los Índices de la Inquisición distinguían libros prohibidos, peligrosos para quien careciera de formación suficiente y dudosamente correctos: poco hemos avanzado si vemos Universidades a las que se les pide prohibir la lectura de la Divina Comedia, o la de Cicerón, por misógina y antisemita. Ya puestos, deberíamos abjurar de la ley de la gravedad, vistas algunas conductas de Newton, o desterrar la teoría de la relatividad, que hay que ver cómo trataba Einstein a su primera mujer, o en general prohibir lo que nos fastidie. Digo yo que quizá sería mejor dejar a cada cual crearse sus propias ideas. Los enfadaditos, tan prontos a condenar al otro como a defender al propio, no protegen ninguna pureza ideológica: simple y llanamente, son una versión ignorante y casposa de aquellos Inquisidores de antaño. Al denostar las ideas diferentes (en griego, "hetero-doxas"), tachan a alguien de hereje y montan el auto de fe. No defienden ninguna sensibilidad ni luchan por la justicia. Más bien, se protegen a sí mismos de lo que tanto detestaba aquel: la odiosa necesidad de pensar. Parapetados tras sus cachivaches, los enfadaditos mastican moralina, respiran hostilidad y escupen censura.

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