Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

El interminable ring catalán

El trabajo sobre la conciencia colectiva sigue sus pautas y sus etapas. Suele empezar lanzando un cúmulo de tópicos (no necesariamente objetivos) sobre un tema, para comprobar qué tal se acomodan entre la opinión pública. Si el experimento funciona, lo siguiente consiste en acuñar un término que los amalgame. Mediante esa operación se persigue dotarlos de fuerza (condensan varias ideas) y efectividad (se propaga con mayor facilidad). Por eso los términos son tan relevantes acerca de lo que se dice, pero sobre todo acerca de lo que se pretende implantar en la mentalidad social.

Cataluña lleva un tiempo siendo escenario habitual de esta clase de operaciones, sin que ninguno de los dos bandos implicados (independentistas y españolistas) haya reparado en esfuerzos. Hace unos años apareció la "nova historia", para desenmascarar la supuesta tergiversación histórica sufrida por Cataluña. La conclusión fue que Santa Teresa, Colón, Cervantes o Shakespeare habían sido catalanes ocultados. Y, sorprendentemente, hubo quien lo creyó, empezando por la Generalitat que les concedió un premio. Desde la otra esquina del ring catalán, ha empezado a circular el término "progromo lingüístico" para describir la situación del español allí. La RAE explica que un progromo es el saqueo y matanza de gente indefensa por parte de una multitud. Atribuir carácter de progromo a la política lingüística de la Generalitat parece, como mínimo, excesivo, entre otros motivos, porque procede de unas urnas. Eso no implica desconocer que en Cataluña, por supuesto, se está aplicando un estrategia monolingüe en todos los órdenes de la vida social, incluidas las escuelas, por lo demás, acorde con los presupuestos independentistas que la sustentan. No profeso ese credo; tampoco es la primera vez que lo digo. Llevo décadas defendiendo los derechos lingüísticos de las personas, entre los que figura el de transmitir en la escuela su lengua materna, máxime en un contexto como el catalán, donde más o menos la mitad de la población no está a favor de un monolingüismo radical. A ello cabría agregar el error estratégico de desvincular a la población de una lengua internacional. El español no es solo el idioma del estado central, también es el vehículo comunicativo de unos 500 millones de hablantes. Parece extraño que, mientras crece su demanda en todo el mundo, se fomente su desaparición en un territorio tan secularmente bilingüe como Cataluña. Tampoco conviene olvidar que sus vínculos emotivos no son siempre negativos. Puede que sea la lengua de los opresores centralistas, aunque también lo es de muchas generaciones de inmigrados integrados en Cataluña, de sus parientes que viven en el resto de la Península, de personas con las que se tienen negocios más allá del Ebro, de amigos.

Todo eso puede ser, es, materia de discusión y hasta de crítica, pero nunca da pie para hablar de persecución masiva a nadie. El único progromo lingüístico que ha habido en Cataluña fue en 1939, cuando los abuelos ideológicos de estos nuevos nacionalistas españoles se dedicaban a colgar carteles que rezaban "catalán no ladres, habla español".

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