Había una vez un cavernícola llamado Enga al que, mientras pintaba bisontes en la pared, le preguntó Unga, el líder pragmático: "¿Eso para qué?" Tras pensarlo un momento, Enga le contestó: "Bisonte pared. Dioses contentos. ¡Bisontes mañana!". A la vista de tan elocuente defensa, el jefe gritó: "¡Enga bueno! ¡Enga no caza!". Y el arte fue declarado actividad de utilidad pública, patrimonio de la Prehistoria. Llega a ser cansino tener que estar siempre explicando para qué sirven las cosas. Nunca le preguntan por la utilidad de su profesión a un abogado, a un economista, a un fontanero, a un astrónomo ni a un futbolista. La cosa cambia cuando se trata de alguien de Letras y no digamos nada si es de lenguas clásicas: a veces da la impresión de que solo nosotros tenemos que dar explicaciones. Es cómodo señalar que nuestras materias ennoblecen el espíritu, cultivan la mente y abren el horizonte de la realidad o lamentarse de oír tamañas tonterías, pero explicar cosas de este calibre le va a sonar a chino a quien pregunta algo así: en realidad, nos plantea que para qué gastar dinero en las Humanidades. Alguien que piensa de este modo seguramente creerá también que donde se ponga un buen centro comercial ya sobran museos y bibliotecas y que el espacio ocupado por un Instituto sería más rentable si se dedicara a viviendas. Poco futuro tiene esa charla.
Sin embargo, sé que usted, la persona que lee estas líneas, es de otro tipo. A usted le puedo contar, porque no hace falta explicárselo, que somos una mota de polvo construida a golpes de Historia; que la lengua que hablamos comparte muchísimos rasgos con el portugués, el gallego, el catalán, el francés o el italiano; que en latín están escritos los Principia Mathematica, de Newton; que a bordo de los galeones españoles y portugueses llegó la lengua latina a los más remotos confines del planeta; que cuando enseñamos a hablar en público estamos siguiendo a Marco Fabio Quintiliano; que Rey, República, Congreso, Senado, odio, amor, amistad o utilidad son palabras de origen latino. A usted le puedo comentar todo esto porque es persona inteligente.
Los descendientes de Enga, el pintor, tendremos que hacer como él y descender al nivel de los hijos de Unga, el pragmático líder. Así que a quien me pregunte por la utilidad del latín sólo se me ocurre contestarle con otra pregunta: "¿y para qué sirven los que preguntan eso?".
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