El laberinto de los expertos

Con tal de atraer a los matriculados que cubran costos, las universidades reducen contenidos y niveles

Otra pandemia, ahora de titulitis, amenaza con infectar a la sociedad sin una vacuna a mano. Hace poco mostraba su inquietud un juez decano, durante una conferencia, ante la asiduidad de informes periciales contradictorios en los juicios, que dejan al tribunal de turno perplejo. Unos informes forenses que siendo básicos para sentenciar pleitos de cualquier orden, se ofertan en internet elaborarlos al gusto, sobre cualquier materia y al nivel que se requiera (y se pague). Pero lo peor es que tal promiscuidad pericial invade todos los ámbitos incluso los de estricta supervivencia como es el caso de las vacunas covid, donde cada día aparecen informes que abruman: ¿quién tiene razón, el superexperto que dice que sí se mezclen dosis o el otro que dice lo contrario? Un laberinto al que acaso no sea ajeno la industrialización de titulaciones para quienes precisan aparentar: porque nada como exhibir tres o seis diplomas por más que su solvencia ya nadie se la crea. Una falta de credibilidad pues, vinculada al (des)prestigio de la enseñanza, que ya no es algo ocasional ni reciente sino que se viene advirtiendo desde hace años por intelectuales nada dudosos (aludo a N. Ordine, M. Nussbaum, S. Leys), cuando achacan a la «lógica del beneficio», algunos de los efectos perversos que derivan de la sobreoferta de universidades (a veces con titulaciones pintorescas), en las que, con tal de atraer matriculados que cubran costos, reducen contenidos y niveles de esfuerzo para lograr que el alumno obtenga más títulos, aunque no más conocimientos. Al punto que en alguna facultad ya se trata a los educandos más como clientes que como estudiantes, advierte Ordine: y por supuesto en estos centros el cliente siempre tiene razón, o sea, obtiene el título, estudie o no, ya que lo paga. Así lo publicitan con cierto descaro subliminal un aluvión de grados, licenciaturas o másteres de todo tipo que por supuesto garantizan éxito y prestigio social. Las depresiones personales posteriores son épicas. Pero el daño social no es menor: la proliferación de expertos insolventes, con media docena de títulos bajo el brazo, que opinan de todo con tal de ir comiendo, aunque no sepan de casi nada, infecta tribunales, medios, partidos políticos o asesorías de lo que sea. Y logrará que acabemos descreyendo de la ciencia y vuelva el auge de cientificistas, echadores de cartas y conspiranoicos, con M. Bosé de gran gurú.

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