Imaginario

José Antonio Santano

... sus labores

EL tiempo vuela. Los años se suceden tan veloces que cuando quieres darte cuenta te has convertido en abuelo. Miras al pasado y compruebas que la vida es efímera. Mi madre y otras muchas como ella solo conocieron las cuatro paredes de la casa. Vivían por y para la casa.

Cuando en aquellos años nos preguntaban por las profesiones de nuestros padres, a ellas, a las madres siempre les correspondía una: sus labores.

Los padres podían ser carpinteros, albañiles, funcionarios, banqueros, fontaneros, militares, médicos, sacerdotes, maestros, etc., etc.

Sin embargo, la casilla correspondiente a nuestras madres siempre era la misma: sus labores. Acertaron, al menos, con el plural de la palabra. Sus labores, efectivamente, eran muchas: cocinar, planchar, lavar y tender la ropa, barrer, fregar, quitar el polvo, cuidar de los hijos, atender al marido, administrar el dinero, etc., etc. Ahora, a todo lo dicho, hay que añadir el trabajo fuera del hogar, lo que supone un esfuerzo mayor en menos tiempo.

Las mujeres de antaño sabían que no había otro camino, que su horizonte y sus sueños pasaban inexorablemente por aquellas cuatro paredes en las que verían nacer y crecer a sus hijos, y también con toda seguridad, en las que morirían. Lo más lejos que irían algunas sería a la fuente a por agua para el guiso. La soledad como compañera y el silencio como esperanza. No había mucho que contar, y si lo había, se hacía en voz baja, porque en aquellos tiempos hasta las paredes oían.

Humilladas unas veces, violentadas otras, callaban siempre. Ellas debían de andar en sus labores, sin meterse en camisas de once varas. Sumisas, al quite de los problemas. Silenciosas aunque les doliera el alma, a solas con su llanto y su pena.

Las mujere sin derechos y con todos los deberes. Olvidadas en la cocina y siempre dispuestas para el sexo.

Las mujeres de antaño, domesticadas y complacientes. Siempre atentas a las múltiples labores de la casa. Las mujeres en todas las batallas, como incansables guerreras del hogar. En sus labores por el día y por la noche, a todas horas. La misma vida siempre.

Afortunadamente los tiempos han cambiado en este sentido, aunque no mucho me atrevería a decir. En el fondo todo es una cuestión de poderes. Del poder de uno sobre el otro. De la pérdida de privilegios por unos y de la conquista del sentido común y la igualdad para otras. A los hombres en general nos cuesta mucho asumir el verdadero papel de compañero, de cómplice y amigo en la vida, mucho más en las tareas domésticas.

Para eso, mejor ellas, las mujeres.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios