Los lazos incívicos

Critico esa invasión de lugares públicos por su falta de civismo, ya que lo público es de todos o no es de nadie

Cuando Moliere, al representar su obra El Enfermo Imaginario, cambió la percepción que hasta entonces se le había otorgado al color amarillo, ni por asomo pudo imaginar que siglos más tarde un presidente -de usar y tirar- de una concreta región de España, apellidado Torra, junto a sus correligionarios y cortesanos de ideología independentista, pretenderían utilizar esa tonalidad gualda para reivindicar, con dolosa falsedad, la libertad de unos presuntos infractores del orden constitucional del país y, lo peor de todo, que lo harían auspiciando y fomentando la moda de ensuciar el mobiliario, viales y edificios públicos con lazos de esa coloración. Simplificando, nadie negará la imaginación que tiene él, o Puigdemont, y sus adeptos de anteojeras, tanta que, como escribiría en El Principito otro autor francés, el misterio que entraña es tan impresionante que pareciera imposible desobedecer. Si no, observen esas últimas ocurrencias de inundar (más bien ensuciar) las calles, monumentos y cualquier sitio público con lacitos o jirones amarillos, a las que ejecutores de amplio espectro, militantes de las CDR o cargos electos radicales, añadieron otras derivadas, como cruces en las plazas del pueblo o en las playas. No seré yo el que, oportunista, critique esas actuaciones desde un punto de vista medio ambiental, por la ingente basura que generan, porque también lo hacen las fiestas populares u otros divertimentos masivos, y nadie lo censura.

Pero sí critico esa invasión de lugares públicos por su falta de civismo, ya que lo público es de todos o, por lo menos, no es de nadie. Ninguna persona, ningún colectivo, ningún gobierno puede apropiarse para sí, ideario o adoctrinamiento, de esos espacios, y en Cataluña está sucediendo.

Es tan sencillo de entender como imaginar, por ejemplo, a los veganos de Almería empapelando las principales vías o espacios de la ciudad -el Paseo, la Rambla o Puerta Purchena- con caritas sonrientes de color verde, reivindicando con ello cerrar por "testosterona" las granjas, mataderos y carnicerías. Los tacharían, cuando de menos, de incívicos, ¿no? Usted respetaría sus decisiones de no comer carne, ni huevos, incluso podría intentar comprenderlos, porque vivimos en democracia, pero no entendería ni aceptaría que le impongan su modo de pensar o vivir. La respuesta debería ser la misma si cambiamos la ecuación con independentistas catalanes y lazos amarillos.

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