Una lección

Puede ser que ahora estemos viviendo un episodio de leve marejadilla, pero al final todos llegaremos a buen puerto

Una avería en el coche me lleva a pasar una mañana sofocante en un taller mecánico. Maravillosa experiencia. En contra del perverso derrotismo que se está intentando trasmitir estos días, el ambiente era de esperanzado y saludable optimismo. Todo el mundo -trabajadores, clientes, personal administrativo- coincidía en que teníamos miles de motivos para enfrentarnos al futuro con ilusión y esperanza. Sí, es cierto, el PIB español había caído en un 18% -una caída digna de Venezuela en sus peores momentos-, pero todo el mundo tenía claro que no había motivos para dejarse llevar por el catastrofismo. Más bien al contrario. Si pensábamos las cosas con frialdad, teníamos un gran presidente del Gobierno -una persona generosa y modesta que vivía obsesionada por el bien común de sus administrados-, además de un Consejo de Ministros formado por los mejores profesionales del país: los más inteligentes y los mejor preparados para hacer frente a toda clase de problemas, desde los problemas médicos a los problemas económicos o esos graves problemas sociales que surgen cuando los camareros, sin preguntar, les sirven la Coca-Cola a la chica y la cerveza al chico. Y por si fuera poco, teníamos comités de expertos en todas las materias importantes (formados por las mentes más preclaras de nuestro país y de parte del extranjero) que velaban por nosotros a todas horas. Sí, después de todo -y a pesar de todo-, habíamos tenido mucha suerte.

Así que podíamos estar tranquilos. Puede ser que ahora estuviéramos viviendo un episodio de leve marejadilla, con algunas olas y algunos vientos traicioneros -quien así hablaba había sido cocinero en un barco mercante-, pero al final todos llegaríamos a buen puerto. Bastaba fijarse en la televisión pública y en las televisiones privadas, donde todos los datos que se daban al público -todos sin excepción- no hacían sino alentar el optimismo y la confianza en el gobierno. Si acaso, el único problema era la oposición, esa oposición antediluviana formada por una despreciable alianza de hombres de Neanderthal y mujeronas vulgares que odiaban el feminismo.

Qué sabias palabras, qué alegría para los oídos. Al final agradecí la avería del coche. No todos los días tenemos la oportunidad de comprobar que el mundo -o al menos ese pequeño mundo que llamamos España- está bien hecho.

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