A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

La lectura y su función

Los lectores desaparecen y quienes aman la literatura no deben tensar la cuerda, sino buscar nuevas obras para defender la lectura

Durante el confinamiento nos pusimos a ver Contagio y los aficionados a la lectura buscaron unos libros determinados: El diario de Defoe o La peste de Camus. Ese impulso define el sentido actual de la literatura. Ya no leemos para entretenernos; para cubrir ese objetivo están las series, los videojuegos. Leemos para satisfacer ciertas inquietudes. En medio de la pandemia, sin referencias vividas sobre lo que significa estar confinado por una enfermedad que te cerca, el lector buscaba alguna pista, alguna indicación sobre lo que podría ocurrir o sentir. Leemos porque queremos informarnos, aprender, ahondar en los sentimientos o las inquietudes que nos invaden. Y lo hacemos, además, porque una duda nos corroe: lo que pensamos o deseamos ¿supone una experiencia aislada o lo sienten también los demás?

La literatura hoy ya no seduce con mundo imaginados. Por este motivo, los autores más destacados vienen con frecuencia del periodismo. Si necesitamos ante todo información, saber más de nosotros mismos y del mundo, ¿no es mejor acudir directamente a los hechos reales? Capote con A sangre fría marcó una referencia al explorar lo que sentían dos criminales. El Nuevo Periodismo de Wolfe o Talese dio luego a la escritura el sentido de realidad, la agilidad y la altura que justo necesitaba. Y no es extraño que Cercas o Vargas Llosa sigan hoy este camino en nuestro idioma.

Lo lamentable es que este tipo de obras vinculadas al periodismo y a la realidad queden fuera de las lecturas canónicas en las facultades de filología y en los institutos. La historia de la literatura será siempre útil para los profesionales, pero los lectores disminuyen sin cesar y hay que cambiar de estrategias para satisfacer las nuevas demandas. El trabajo debe empezar en los grados de magisterio y de filología reconociendo que los complejos recursos de estilo que nos fascinan no pueden ser la referencia para los lectores no profesionales ni para quienes en un instituto se asoman a la lectura y no van a cursar estudios filológicos. Los lectores desaparecen y quienes aman la literatura no deben tensar la cuerda, sino buscar nuevas obras para defender la lectura. Debería ayudarles recordar que Juan Manuel o Berceo no escribieron para ser comentados en clase, sino para atender las inquietudes concretas de quienes vivían angustiados por los peligros de la vida y de los caminos en la peregrinación.

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