Metafóricamente hablando

El lento camino del perdón y el reconocimiento

Observaba maravillada su avance lento sobre la hierba, mojada por la tormenta de verano que había descargado horas antes, dejando su brillante estela tras de sí. Pareciese como si tras el sonido atronador y los fulminantes rayos caídos sobre la tierra, se hubiese firmado un armisticio entre unos poderes celestiales que lucharon entre sí a cientos de metros sobre el suelo. Él, ajeno a todo cuanto ocurría a su alrededor, seguía impasible su camino hacia un destino ignoto, y María le seguía como hipnotizada, viendo cómo se desplazaba aquella criatura dotada de ojos como periscopios, llevando consigo, sobre su cuerpo invertebrado, su cómoda casa. Este tiempo muerto entre el fragor de la tormenta y la salida de sol daba una sensación de relajante calma que invitaba a la reflexión. La semana había sido dura, se palpaba la tensión en cada rincón del pueblo, nadie era ajeno al debate que se había propagado como la pólvora. Las heridas aparentemente cerradas, se abrieron de repente dejando correr los fluidos tantos años retenidos. Ella conoció a su abuela enjuta y enlutada, y así siguió hasta su muerte, aunque no supo a qué se debía esa especie de cabezonada, incomprensible para ella hasta algunos años después. La guerra era un episodio tan remoto, que apenas escuchó hablar de ella hasta su adolescencia, y ello a pesar de que cuando nació, apenas había transcurrido tiempo desde su finalización. La transición la vivió en la Universidad, los jóvenes habían pasado en pocos años, de bailar pasodobles a escuchar a los Beatles, Bob Dylan, o Mercedes Sosa, y a vestir vaqueros lavados y roídos, ante la incomprensión de sus padres. La ilusión propia por el futuro, ocultó el clamor y el dolor por el pasado, que aún pesaba como una losa sobre los corazones de quienes sufrieron el azote de la guerra. Pero esa paz anhelada apenas duró unas décadas, las lágrimas derramadas no encontraron el consuelo ni la comprensión esperada por tantas personas, torturadas por un dolor, invisible para quienes no conocieron ese tiempo convulso y trágico que marcó la vida a miles de ciudadanos. Comprendió que el perdón precisa del reconocimiento del dolor causado y una reparación moral, no solo de las instituciones, sino con la actitud personal y comprensión de quienes te rodean. Ahora entendía el luto riguroso de su abuela: nunca le pudo llevar flores a su esposo desaparecido, nunca pudo llorarlo, porque nunca tuvo su cadáver ante ella. Solo se trataba de eso, de algo tan simple como eso, algo que era más fuerte que el haberle arrebatado la vida, era honrar su muerte, enterrarlo en tierra sacra…El caracol había desaparecido, dejando su estela sobre la tierra húmeda, lentamente había llegado a su destino. En el bar de la plaza, los hijos de aquellos que un día se enfrentaron a muerte, cantaban a voz en grito, abrazados y un poco achispados unas habaneras de su juventud.

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