Dicen que ningún hombre vale la libertad de un pueblo. Que la libertad de los pueblos no tiene precio. Que los hombres siempre han intentado ponerle barreras a los sueños. Compartimentar el alma. Levantar muros en las conciencias. En definitiva, establecer fronteras donde antes no las había.

La línea que separa el adoctrinamiento de lo que no es débil y casi ridícula. El sistema educativo es una herramienta del sistema que sirve para inculcar los valores capitalistas. Forman a sus alumnos desde el principio de uniformidad. Mantienen el criterio para que nadie pueda salirse de la norma. Si lo hace, posiblemente sea un mal alumno o una persona con falta de adaptación.

Quieren estudiantes dóciles. Enseñar es más sencillo. No quieren alumnos que pongan en duda el método. Que cuestionen el modelo de enseñanza. Que indaguen. Que no sean conformistas.

Todos ellos suponen el grupo humano perfecto para acometer los valores que el sistema cree conveniente. Les extirpan el espíritu crítico. Les seccionan la humanidad, la filosofía, la ética. Les pone a su disposición los nuevos estereotipos sociales a seguir. En algunos casos, la bandera que deben agitar. En otros, el cántico que deben proclamar. Todo muy pedagógico, eso sí. Todo perfectamente articulado para que su infancia no sufra -no vaya a ser que desde pequeños empiecen a poner los procedimientos en cuestión-.

La libertad de un pueblo no se adquiere, se conquista. No se da, se gana. No se pide, se consigue. Pero para que un pueblo decida levantar la voz y rebelarse, debe de existir un sentimiento de agravio, una opresión y una violación de los derechos fundamentales más íntimos. Este sentimiento se puede crear desde los preceptos del nacionalismo más profundo y más rancio. Lo pueden vestir, como se hizo en su momento, con el vestido más rojo y reluciente o con el matiz más mate y discreto posible. No es la primera vez que un país, una nación o un continente es víctima y verdugo del nacionalismo: las banderas son tan sólo la puerta de entrada. El odio suele ser el mástil sobre el que se sustenta.

Dicen que la determinación es un arma que sólo debería de saber utilizarla los seres humanos buenos. Dicen. Y quizás puede que sea cierto. Lo que no contaban es que la determinación puede ser la mano que ondee una bandera. Y las manos, manos son. Como las más oscuras voluntades del hombre. Sólo tienes que agitarla, para saber en qué dirección va el viento.

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