La llamada

O peor, quizá te hayas acogido al teletrabajo y estés en pijama, mirando las fotos de los tuyos mientras me hablas

Lo confieso. En este momento te odio. Me llamas a destiempo, con esa voz en off que te han enseñado, como de no haber roto nunca un plato, mientras me lees con rapidez lo que has aprendido de memoria. Solo te relajas cuando ha pasado casi un minuto y te das cuenta de que no he colgado. Seguro que piensas que ya me tienes rendido…, seguro. Y no sabes bien lo equivocada que estás. Por ese desprecio te detesto aún más. Entonces ya me adviertes que la grabación va a ser grabada por mi seguridad. ¡Por mi seguridad! Manda huevos. Y continúas con la perorata alabando lo que me quieres vender, llamándome en todo momento por mi nombre, aunque pronunciado de una forma aguda que nunca nadie de los míos se atrevería a usar. Además, me tuteas sin conocerme de nada. Mi padre no podría creer que me hables de mira… Pero lo haces, una y otra vez. Seguro que porque te tienen bien aleccionada y crees que con ello te siento más cercana. Y no. Todo lo contrario. Escuchar mi nombre en el auricular, imaginar cómo se mueven las sílabas al pronunciarse entre tus dientes, la saliva recogida en las comisuras, seguro que con una taza de café humeante junto a la centralita. O peor, quizá te hayas acogido al teletrabajo y estés en pijama, mirando las fotos de los tuyos mientras me hablas con algún dispositivo de manos libres, con las migajas de una tostada y una servilleta de papel manchado aún en el plato. Te pido que por favor te calles, que me escuches, que no has parado de hablar ni un momento desde que descolgué, joder. Mire, te digo -porque yo sí que te hablo de usted, no ahora, en la intimidad de mi caravana, sino cuando me dirijo a ti en la conversación- no me interesa lo que usted ofrece, muchas gracias. Me contengo y como ves soy educado. Pero tú, que ya vienes aprendida de fábrica, me haces un requiebro y lo intentas de otro modo. Y me dices que si es que no quiero planificar mi futuro… Cierta vena del cuello se me infla. ¿A mí…? ¿Mi futuro? Sabrás tú quién soy, qué hago y qué espero. Sintiéndolo mucho voy a colgar, te advierto. Dos minutos y cuarenta segundos me avisa la pantalla del móvil que llevo escuchando. Notas que me escapo y haces un intento postrero. Tres preguntas más, me pides, y ya sabes cómo acaba todo. Te he tenido que mandar al carajo, justo cuando llevamos tres minutos y quince segundos colgados al teléfono.

¡Dios, qué bueno es esto de la libertad de expresión!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios