Metafóricamente hablando

Tras la lluvia luce el arco iris

Unos rayos de sol traspasaban las paredes de la pobre choza, construida de troncos y ramas secas. Fuera, la selva se vestía de un verde inimaginable, al chocar la luz sobre sus hojas mojadas por la lluvia caída, mostrando mil tonalidades del mismo color. Alrededor de una desvencijada mesa, cinco pares de ojos de pupilas dilatadas por la oscuridad, seguían los movimientos de la madre que preparaba el consabido y esperado cuenco de arroz y plátano verde. Hasta ese día, era el único alimento que tomaban a lo largo de la jornada. En la aldea no quedaban más que ancianos, mujeres y niños, después de desaparecer los hombres jóvenes, bien porque salían para buscar un trabajo que les permitiera alimentar a sus familias, o bien porque la guerrilla entraba un día sin aviso previo y se llevaba a todo aquel que sirviera para sostener un fusil entre los brazos. La más absoluta pobreza reinaba en aquel lugar apartado de toda civilización, en el que la vida parecía imposible. Hacía solo unos meses, habían llegado unas personas desconocidas a otra aldea cercana y después de hablar con las mujeres y los ancianos, decidieron crear una escuela a la que acudirían los niños de todas ellas. Al principio eran reacios, esos pequeños desnutridos tenían que andar, muchos de ellos, varios kilómetros diarios para llegar hasta allí. Todo cambió cuando empezaron las clases, allí estaban protegidos, los maestros se preocupaban por ellos, más allá de la propia labor docente, y lo más importante era que tomaban dos platos diarios de comida y un vaso de leche, lo que era una grata novedad para ellos. Hoy les habían pedido que fuesen vestidos con sus mejores ropas, los niños con camisetas del Real Madrid, que habían recibido como regalo el primer día de clase, las niñas con sus lazos de colores en el pelo y sus zapatillas nuevas, regalo también de una marca deportiva. Le iban haciendo una fotografía a cada uno de ellos. Venga, sonríe a la cámara, le decían, algo que no podían comprender, ya que jamás habían visto una fotografía con su propio rostro. Inés entró en su casa, con su hijo Andrés de la mano, vio una carta en el buzón y se sorprendió, recibir una carta actualmente era una novedad, así que soltando la mano de su hijo, la sacó y la abrió en el mismo ascensor. Era una carta de esa ONG que un día la asaltó en la acera, convenciéndola para que se hiciese socia, dentro la fotografía de una niña que parecía mirarla a los ojos, le daba las gracias por su óbolo, y en prueba de su gratitud, una postal pintada a mano con su nombre. Dos mundos paralelos, distantes entre sí por miles de kilómetros y una injusta desigualdad, se unieron por un instante a través de un hilo invisible de solidaridad. Ninguna de las dos sabía aún que esa niña de la foto se convertirá en una líder indígena, y sería la presidenta de su país unos años después, .

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios