La luz interior

Cuando te paras metes la mano debajo del antifaz para dejar un poco más de espacio para respirar

En la espera previa hablas con los demás, conoces gente que están esperando lo mismo que tú. Por fin, te hacen entrar a la iglesia por una puerta lateral y te tienes que poner el antifaz con el capirote o capuchón. Una vez que has entrado en la iglesia te dan el cirial que debes llevar, es un cirial bastante alto y plateado. Empiezas a notar el calor y las dificultades para respirar, eso se debe a que el antifaz es de terciopelo bastante grueso, pesa mucho y hace bastante calor. También te das cuenta que el cirial pesa más de lo que pensabas. Estás delante del trono con la imagen de cristo crucificado que han puesto ya lista para salir a hombros de bastantes costaleros vestidos con traje negro. Vas saliendo y en ambos lados de la calle se agolpan cientos de personas que graban o hacen fotos con móviles, pero no a ti, sino al trono, al cristo. Suena el himno nacional y por eso sabes que está saliendo el trono de la iglesia porque no lo puedes ver, no puedes mirar hacia atrás, tienes que mirar hacia delante y sólo te guía el que va delante de ti y un mayordomo que te hace señas. Sigues y sólo ves la gente sentada en la acera, en sillas, en repisas de escaparates, en el suelo, comiendo pipas, bebiendo y no se fijan en ti. Evidentemente, nadie sabe quién eres. Ha pasado más de media hora y apenas has recorrido cien metros de la procesión. Todo te molesta, el traje, el antifaz, el peso del cirial y piensas, todo lo que me queda. Sigues andando por las calles atestadas de gente y no sientes los pies, te da igual que lleves sandalias o zapatos, no sientes nada. Cuando te paras metes la mano debajo del antifaz para dejar un poco más de espacio para respirar. Todo se te sigue haciendo pesado. Más adelante, casi a la mitad de la procesión, aceptas beber un poco de agua que te ofrecen y ya te sientes mejor. Luego bebes más, ya queda menos y te has repuesto. Intentas mirar el reloj, pero no ves nada. Deben haber pasado dos horas o dos horas y media. Cuando empieza a pasar por la última calle del recorrido, curiosamente te encuentras muy bien. Te preguntan y estarías dispuesto a hacer otra vez todo el recorrido. Andas el resto y llegas a la plaza otra vez atiborrada de gente, el último tramo es fácil, fácil y feliz. Entras en la iglesia y te recogen el cirial. Ya no hay calor ni molestias. Dices que volverás el año que viene y entiendes que ya no vas a poder dejar de ir.

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