Que el mal no te confunda

La estrategia habitual de la maldad es esconderse, normalizarse y justificarse. No participemos de ella

Aguarda agazapado, calculando el momento exacto en el que poder hacer más daño, causar más dolor. En ocasiones se esconde detrás de la mugre, otras se camufla con el lujo. Hay veces que es silencioso, sibilino. Pero también se puede mostrar abierto y confiado, precedido de fanfarrias. El mal es mal. En todas sus facetas y formas de expresarse, la maldad tiene un único objetivo: tu alma. Se la comerá. Poco a poco o de un bocado te acabará destrozando.

Cuando sucede una violación la víctima no puede ser señalada. Sólo un comentario burlón nos convierte en cómplices chusqueros del maldito violador. Cuando se usa la inmigración como argumento electoral o herramienta de presión política es, simplemente, una infamia. Habiendo seres humanos que pierden la bolsa y la vida en caravanas de miedo y travesías inciertas no podemos perder el foco. Nadie le quita la paga a nadie. Se mueren en el mar porque en sus países los matan. De una estocada o lentamente, pero los matan. Si alguien banaliza con eso no es de ningún partido, es un indeseable. Cuando se maltrata a un anciano en una residencia es una aberración no una broma. Cuando se molesta a una persona sin hogar no es una travesura es que estamos criando a un psicópata. Cuando el nene va de chulo y abusón no es porque está en la edad, es porque hemos fracasado como padres.

Si un adulto asesina a unos pequeños no es otra cosa que el mal en su forma más abyecta. Ni por un momento pensemos que "hay que estar enfermo" para hacer algo así. El enfermo sufre, el malvado hace sufrir. Y este no se puede esconder detrás de ningún trastorno mental, de ninguna enajenación. No lo podemos permitir.

Cuentan que el mayor truco del diablo es habernos hecho creer que no existe. Dejando a un lado las creencias particulares me parece una sentencia muy clarificadora. Si normalizamos la maldad y la empleamos como interpretación torticera de la verdad aportamos nuestro ladrillo en la construcción de la Gran Muralla de Miseria que nos rodea. Si permitimos que el malvado se excuse detrás de una enfermedad o le disculpamos porque "sólo es una broma pesada" consentimos y participamos de un acto abominable. El mal existe, bien lo sabemos, pero no siempre lo vemos con claridad. Cuando se cuela, insidioso, en nuestra vida hay que identificarlo, condenarlo, expulsarlo y combatirlo. Cuando alguien lo enarbola como bandera hay que decidir si estás a su lado o frente a él.

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