De mal en peor

Qué fantasía es pensar que nos gobernaran los más avezados intelectuales y los más sensatos primates de la comunidad

Qué inspiradora fantasía es pensar que nos gobernaran los más avezados intelectuales y los más sensatos primates de la comunidad, que los cimientos de la gestión pública se sustentaran sobre el sentido y el bien común, que la ciudadanía pudiera dormir tranquila confiando en que se vela por su bienestar. Y qué deprimente es comprobar que estamos en las antípodas de todo eso, que lo que prima es lo mío, lo tuyo y lo suyo pa mí, que las esferas administrativas no son sino un reflejo fidedigno del precario nivel humano que las puebla y que esperar a que más de uno y más de una se reconozca con tranquila honestidad en un error es como confiar en que el Pavía gane la Champions. Antes muerto/a que asumir responsabilidades. Da la sensación de estar volviendo a tiempos en los que el vulgo se veía tutelado por una élite bajo la premisa de que por sí mismo era incapaz de gestionarse como comunidad debido a su incultura y su ignorancia. En realidad no es como volver a ninguna parte, sino más bien es como no haber salido de allí, de aquel lugar y aquel tiempo en que cuestionar la ineficacia o el abuso de un poder, manda ovarios, creído sobrehumano, se castigaba con todo tipo de perrerías humillantes. Es ir todavía de puntillas a media voz para no decir bien alto y bien claro que son demasiados los gerentes públicos que, más que caminar, levitan por encima del bien y del mal, sobre todo de un mal que a golpe de repetición acaba cuajando como conducta natural e indiferente a la legítima y contundente irritación que produciría, si no fuese porque estamos ya tan anestesiados y tan contagiados de ponzoña que vemos la mala vida pasar desde la comodidad de un sofá o un sillón como si no fuese con nosotros. Es comprobar que, por hacer lo blanco negro y viceversa para que cuadre cualquier tejemaneje o, más sencillo aún, justificar cualquier desacierto, los hay capaces de negar la humedad del agua y ampararse en la más estrambótica e insensata explicación. Es evadir a toda costa una honesta disculpa a tiempo con el consecuente arremangue para rectificar y seguir construyendo bienestar colectivo. Es ir delegando cuesta abajo por la pirámide jerárquica para que, si algo falla, el marrón se lo masque el intermedio, la reputación que se dañe sea la del que pringa y la cúspide se mantenga sonriente para la foto como la pieza decorativa intocable sobre la cual no recae competencia alguna.

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