Metafóricamente hablando

Antonia Amate

Abogada

Mi maleta y yo

Observo a mis hijos, jugando sobre la alfombra. Apenas tienen 4 y 5 años. María es la mayor, y se siente responsable de su hermano. En ocasiones, discuten y se pelean por algún juguete. Se les pasa rápido, y continúan con sus juegos. Los miro satisfecho, y me recuerdo a su edad arrastrando una maletita de Disney, que me trajeron los reyes. De viernes a domingo, cada quince días, mi padre me recogía y me llevaba consigo. Cuando llegaba a su casa, se me hacía un nudo en la garganta, y me tenía que recomponer para no llorar. Allí había dos niños, de edad similar a la mía, eran mellizos, y ambos iban a mi encuentro, invitados a ello por su madre. Los niños eran simpáticos, pero no eran mis hermanos. Yo era reacio a integrarme a sus juegos, y me costaba sonreírles. Me sentaba en un sillón, parapetado tras mi libro, de bonitos dibujos y grandes letras. Había aprendido a leer, y me fascinaban las historias, con ellas me evadía de la realidad, sobretodo, cuando esta me hacía daño. Mi padre me ayudaba a instalarme en la habitación, que compartía con los otros niños. Me daba tristeza ver su armario lleno de ropa colgada, con sus pijamas en los cajones. Yo no deshacía mi maleta, la ropa doblada en su interior, permanecía allí, hasta que mi padre volvía a decirme que me preparase para irnos, mamá ya nos esperaba. El peor momento, era cuando nos íbamos a dormir. Ellos dormían en una litera, y yo en una camita plegable, junto a ella. Cuando papá nos arropaba, y nos daba el beso de buenas noches, me sentía abandonado en territorio hostil. Aunque nadie me trató mal nunca, yo me sentía un extraño en esa familia. Los besos de buenas noches que les daba su madre, me faltaban a mí. Es verdad, que ella también era cariñosa conmigo, y me besaba con ternura, pero no era la mía. La añoraba y, a veces, se me escapaba una lágrima, que yo escondía tapándome con la sábana hasta la frente. Antes de que me diera cuenta, estaba otra vez en la puerta de casa, con la maleta en mi mano, y papá diciéndome adiós desde el coche. Me explicaron mil veces, que "los papás, ya no se quieren, pero eso no tiene nada que ver contigo". Yo no entendí jamás, porqué no tenía que ver eso conmigo, si yo lo sufría. Lo echaba de menos todos los días, cada noche deseaba sentir los besos de mi padre sobre mi mejilla, y pensaba que los que le daba a los otros niños, eran mis besos robados. Todavía, le tengo alergia a las maletas, a pesar de los años transcurridos. Hoy vamos a comer con el abuelo, mis hijos lo adoran, pero no llevamos maleta, compré unas mochilas de viaje, que portamos sobre los hombros. Yo lo arropo, cuando se le resbala la mantita que tiene sobre sus rodillas, y él me mira agradecido, desde el sillón en el que está sentado. Siento una gran ternura, y le devuelvo todos los besos robados, mientras el me acaricia la cara con sus manos temblorosas.

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