No manches mi bandera

El hombre, por mucho que lo intente, siempre soltará ese tufo a rancio que siempre le ha caracterizado

Debo reconocer que, aunque a veces pensemos que las vanidades del hombre son tan nimias que creemos que no transcenderán a ningún sitio más, estamos equivocados. Al final, nos damos cuenta que el hombre, por mucho que lo intente, siempre soltará ese tufo a rancio que siempre le ha caracterizado. Porque si nos damos cuenta, el hombre, la sociedad, las naciones o, incluso, el mundo, no deja de ser una proyección más de toda la mediocridad a la que el hombre puede aspirar. Y en esa estamos ahora mismo. Parece que todo se articula para demostrar que la sociedad está tan corrompida como aquellos mismos líderes que nos gobiernan y, por ende, todo lo que vemos alrededor, está putrefacto. Eso, a la larga, crea un desánimo y estado de shock en el ciudadano que le convida a votar a los mismos señores que han estado desangrando y beneficiándose del estado del bienestar y que nos han gobernado como lo han hecho en este último siglo. A favor de la verdad, sólo me queda decir que las pocas Instituciones Públicas que quedan intactas del estado de corrupción y decrépito al que estamos sometidos, tendrán su parte alícuota de mediocridad y podredumbre, para así, en un alarde más de la mezquindad, seamos todos igualados al mismo nivel y, por lo tanto, sin ningún tipo de réplica para nuestra defensa. Ya se sabe, mi querido lector, que para destacar hay que hacer mediocres a los demás y en esas estamos.

Así todo es más fácil. Entonando el mea culpa -sólo un burdo montaje para desacreditar a los pocos hombres buenos y honrados que aún quedan- hacemos de un grano de arena y latifundio, y con él, poder así optar a aquella parte proporcional de tierra y campesinos que nos pertenece, con la que poder seguir engordando las cuentas en Suiza, en las Islas Caimán y la seguridad que la estirpe estará perpetrada y con ella el grupo de siervos a someter.

Faltan hombres íntegros, supongo, y los hay -no me queda la más mínima duda. Y aquellos que digan lo contrario saben que la sociedad actual tiene las herramientas suficientes y necesarias para resarcir ese concepto que nos quieren seguir inculcando que España es un pueblo de cabreros. No quiero la mediocridad por bandera, ni que unos y otros la utilicen; no quiero que tampoco me la manchen aquellos que, por poder, nunca han sido capaces de darle la dignidad que merece, ni defenderla.

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