Hasta hace unas semanas la dinámica de la mayoría de los gobiernos autonómicos consistía en reproducir la estrategia que siguieron durante las fases de la desescalada, pero en sentido inverso. Los meses de mayo, junio y julio fueron una carrera para ver que Comunidad pasaba antes de fase, o cuál conseguía desembarazarse primero de las restricciones a la movilidad. Los gobiernos autonómicos lanzaban todo tipo de reivindicaciones exigiendo que el Ministerio de Sanidad avaluase objetivamente los datos suministrados o pidiendo saltarse fases como quien salta vallas en una carrera de obstáculos. Semanas atrás esas mismas Comunidades se resistían como gato panza arriba a admitir la gravedad de la situación epidémica que empezaban a vivir. La carrera de otoño-invierno parecía tener el sentido contrario a la de primavera-verano. Ahora se trata de no cerrar bares y restaurantes, no confinar barrios, no limitar horarios. Hasta que llegó la crudeza de la segunda ola "y mandó a parar", que decía la canción de Carlos Puebla. El estribillo de la tonada revolucionaria repetía "se acabó la diversión, llegó el comandante, y mandó a parar". En este caso, el comandante es una despiadada pandemia que, admitámoslo, no hemos conseguido controlar. Y la diversión es el optimismo injustificado de muchos responsables políticos que piensan que con buenas palabras y buena voluntad se para la transmisión del virus.

La dura realidad es que la única forma probada de limitar la transmisión del COVID-19 e invertir las curvas de contagios, han sido las restricciones estrictas a la movilidad. Las consecuencias económicas de esas restricciones son enormemente dañinas para la economía y el empleo. Pero todos los gobiernos deberían asumir que en estos momentos la mejor política económica es una exigente y buena política de salud pública. Si queremos que la economía se recupere a medio y largo plazo del pozo en el que ha entrado, antes tenemos que conseguir controlar mejor la pandemia. La otra opción es renunciar al control y fiarlo todo a la llegada de la vacuna, y mientras seguir admitiendo, como mal menor para no afectar a la economía, que continúen contagiándose miles de personas y muriendo un número creciente de ellas. Ahora asistimos al debate sobre la importancia de salvar la campaña de navidad, cuando en realidad lo único importante es salvar vidas y asumir que para ello vamos a tener que soportar nuevas restricciones, confinamientos y más sacrificios.

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