La cuarta pared

La máquina del tiempo

En casi todos los futuros, la ciudad ha ocupado e invadido el planeta para servir a las necesidades de sus inquilinoS

Coches voladores, rascacielos angulosos y de formas orgánicas, grandes espacios urbanos de carácter puramente monumental y político y un sinfín de características comunes, forman el majestuoso imaginario colectivo sobre del futuro de nuestras ciudades. Un compendio formado a raíz de cientos de años de historias, películas y novelas que intentan dotar de un contexto futuro a sus respectivas tramas. Plasmando un escenario lejano pero verosímil en algún punto de la mente de sus creadores, o al menos en la conciencia de su época. En casi todos estos futuros, la ciudad ha ocupado e invadido el planeta para servir a las necesidades de sus inquilinos, cada vez más ambiciosas. El desarrollo sin fin que nos lleve a la cumbre de nuestra evolución. La pretensión de que, el tiempo, la investigación y la ciencia nos terminarán elevando a una forma de vida cada vez más cómoda y placentera. Solucionando nuestras necesidades más primarias de un plumazo y centrándose en lo que realmente nos importa: nuestras inquietudes sociales, el entretenimiento y la felicidad plena. Una de las primeras novelas en abrir una ventana al futuro es la Máquina del Tiempo de H.G. Wells, publicada en 1895. En ella, un joven y entusiasta científico encuentra la forma de viajar a través de la cuarta dimensión y sin más preámbulo que una simple conversación con sus colegas de profesión, se dispone a viajar hacia adelante sin miedo alguno y con la curiosidad innata que cualquiera de nosotros sentiría con un artefacto así. Sin embargo, al aterrizar en el año 802.701, nada es como se imaginaba. La ciudad ha desaparecido prácticamente por completo, a excepción de algunas ruinas monumentales salpicadas en un entorno natural realmente bello. Tras conocer de primera mano a los seres que habitan este lugar, no puede evitar hacer multitud de elucubraciones acerca de lo que tuvo que haber pasado. Cómo es posible que estos seres de apenas 1,20 m de altura vivan tan felices y en paz. Empieza a pensar que han llegado a la cresta del progreso. Ya no necesitan levantar muros, crear fronteras o ponerse a cubierto de nada. Ni siquiera trabajan, comen directamente frutos de los árboles. Aunque al final de la novela descubramos que no todo es tan bello como parece, se trata de una curiosa manera de imaginar una sociedad venidera sin conocer su pasado reciente. Donde, los fantásticos rascacielos angulosos se han convertido en los tétricos rascasuelos que habitan los Morslocks.

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