Existe una gran diferencia entre las personas que tienen contacto con la masa social y los que no lo tienen. Con esto quiero decir que por razones de trabajo o por decisiones personales hay un grupo de individuos (intervinientes) que han tenido la oportunidad de conocer de forma directa los problemas y las peculiaridades de la ciudadanía, y con esto me refiero a la verdad de sus existencias lejos de los fake news, los estereotipos y etc. Por otro lado, hay otro grupo de individuos (observadores) que o bien no han tenido la necesidad o no han querido tener ese contacto con la realidad de la calle y de las gentes apostadas en sus recovecos. En este caso solo existen indicios y referencias de la situación real, a veces relatos de otras personas sobre lo que allí sucede. Obviamente, entre el primero y el segundo grupo hay diferencias perceptivas. El en segundo abundan los buenismos, las utopías, los lugares comunes y las conductas programadas y previstas por los influencers y hasta por los gabinetes de prensa de algunos partidos políticos. Esto no implica que todos los observadores desconozcan la verdad o que la verdad no pueda ser conocida. Solo es una estadística. Y por otro lado, los intervinientes suelen ser aquellos a quienes se les niega el beneficio de la duda por la rotundidad y radicalidad de sus afirmaciones. Tampoco implica esto que no existan intervinientes moderados. Pero lo cierto es que no coinciden las dos versiones de la realidad. ¿Por qué? Veamos: hay que reconocer que la realidad no puede ser solo un constructo de referencias (de oídas), eso sería una quimera y una contemplación ilustrada, donde se sobrevaloraría a la razón. De igual manera la realidad tampoco puede ser solo una descripción literal. A veces las buenas definiciones son suficientes pero otras no extraen lo esencial del un hecho. No obstante en esta diatriba, ¿qué podemos hacer? Recordemos a Sócrates: tal vez sea necesario adquirir la humidad suficiente como para escuchar a los unos y a los otros y formar las propias conclusiones. Partir de la máxima de que el adversario se equivoca es un error intelectual. El beneficio de la duda es preceptivo. Tardamos tanto tiempo negando y negativizando a todo aquel que nos niegue los argumentos y nos saque de la zona de confort que hemos perdido la capacidad de discernir. Así estamos ya de contaminados por la oscura posverdad.

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