Entre matar o dejar morir

En esta pandemia hemos conocido situaciones en que alguien se vio obligado a elegir entre opciones cuyo resultado era siempre fatídico

En esta pandemia hemos conocido situaciones en que alguien se vio obligado a elegir entre opciones cuyo resultado era siempre fatídico: si no había respiradores para todos los infectados: ¿A quién y por qué razones se debía priorizar o preterir en el uso del dispositivo vital a uno u otro? Un dilema moral analizado por muchas ciencias, con pocas certezas. Por operar con otro ejemplo teórico y hoy menos hiriente: Imagine un tranvía que rompe frenos cuesta abajo y el conductor puede o atropellar a cinco chicos que están jugando en la vía o desviarlo hacia donde hay un adulto, al que matará: y debe decidir en un par de segundos. No hay respuesta ni simple ni pacífica. Porque la intuición utilitarista primaria, la del menor daño, (matar a uno para salvar a cinco), puede verse alterada si se rescribe la misma trama, pero adobada con algún factor valorativo social, como: ¿qué hacer, atropellar a los cinco (infractores ganseando) sobre la vía, o matar al (pobre trabajador) que está fuera de ella? Tal vez lo vean claro, yo no. Y es que los códigos cerebrales que arrastramos desde el paleolítico y a los que la neurobiología responsabiliza (Sapolsky) de esas reacciones de milisegundos que marcan el impulso emocional, para que generen el menor daño no siempre encuentran razones morales posteriores que expliquen si sus decisiones intuitivas fueron buenas o malas según los valores con los que convivimos. Aunque sí parecen distinguir con más claridad (A. Cortina) entre las secuelas emocionales que derivan del matar o del dejar morir, ya que matar supone una acción mientras que dejar morir, por estar inerme, forma parte de la vida natural. En todo caso, son opciones difícilmente sistematizables bajo criterios genéricos como la edad, la apariencia estética u otros factores sociales, porque cada situación es un cosmos moral irrepetible y el criterio del menor daño es siempre relativo, en el tiempo y el entorno en el que haya de resolverse. Por eso más allá de la actual tragedia no vendrá mal que fuéramos reflexionando, porque no hablo por hablar, para cuando salgamos de esta, que saldremos, y aparezcan por doquier los tecnócratas de la China o del Trump, para preprogramarnos nuevos tranvías robóticos, sin conductor que se lie y que en el próximo dilema mortífero al que se enfrente, atropelle a los cinco o al uno, o a todos. O que priorice la economía a la salud o viceversa. Pero ya de serie.

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