E N todo grupo humano es bastante frecuente detectar una persona con el síndrome MIA (trastorno por mediocridad inoperante activa). Suelen ser personas con una incapacidad manifiesta para apreciar y valorar la excelencia ajena y por lo tanto con una clara oposición a los logros de los demás. Y esto se traduce en ciertos comportamientos encaminados a imitar el trabajo de los demás, para así ocultar la diferencia, y al mismo tiempo en determinadas conductas dirigidas a destruir los méritos de las personas de su entorno. La palabra clave sería "sabotear". No obstante, se puede expresar de otra forma en términos literarios: existe una manifiesta maldad del mediocre que le convierte no solo en una persona tóxica sino en un ser destructivo cuyo objetivo es deconstruir el contexto donde habita. Lo peor de todo es que los mediocres no son conscientes de esto: en su obcecación creen ser poseedores de la verdad y catalogan siempre a la mayoría en el lugar de los errores. Por otro lado, hay que decir que no todos los mediocres son así de perniciosos. Algunos enfermos de MIA no sienten interés por el mal, sino por las vaguedad. Son los enfermos leves de este síndrome (los menos mediocres de los mediocres) los que se comparan constantemente con los demás y los que sienten frustración en ese proceso. No encuentran en su interior un atisbo de originalidad ni de creatividad. Ese es el origen de su maldad. Y lo peor de todo, con el tiempo se convierten en grandes estrategas (para compensar). A veces ocupan hasta puestos de responsabilidad. Lo cual es muy peligroso: ¡un mediocre ostentando poder¡. Permítanme un relato histórico, para ilustrar mis argumentos. En el mundo clásico los Idus de Marzo eran días de buenos augurios. Pero eso cambió cuando coincidieron con el asesinato del César. Un vidente le advirtió del peligro que corría pero este hizo caso omiso. Al final murió. Shakespeare parafraseó este trozo de historia y escribió en una de sus obras: "Cuídate de los Idus de Marzo". La conclusión que podemos extraer de todo esto es que no debemos menospreciar la maldad del mediocre puesto que eso es lo único creativo que es capaz de realizar. En lugar de eso, debemos armarnos y estar preparados para responder a sus amenazas. El mediocre nunca conseguirá sus objetivos si los que no lo son vigilan su maldad. Sin el beneficio del anonimato el mediocre carece de poder.

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