Los mejores, a la política

No es inocente ni iluso, sino del todo necesario, el criterio de reclamar a los mejores para la política genuina

Si el presidente de cualquier comunidad autónoma menos díscolo o el dirigente de cualquier partido innecesario para la coyuntura de un respaldo hubieran manifestado, con declaraciones no explícitamente guarras -aunque sí escatológicas por su relación con los pedos y la mierda-, su desafecto pestoso ante comparecencias judiciales, el rechazo se expresaría de modo bastante más patente; sobre todo, por quienes solo manifiestan asquitos y escrúpulos de ocasión y tendrían munición pesada de haber sido otro el que presumiera de un atracón dominical de alubias con butifarra y ventosidad amenazante.

Se trata de un ejemplo, pero abundan sobremanera en el retablo de la desfachatez. Urge, es perentorio, por ello, que la actividad política reclame a los mejores. En lugar de a quienes, sin oficio ni beneficio previo, encuentran en ella un inmerecido sustento de sus días inciertos o levantados con sectaria fidelidad a las banderías mejor situadas. No es una pretensión ilusa o inocente, aunque resulte poco atractivo para los mejores ponerse en el punto de mira de los que son ligeros en hacer limpiezas de sangre, escrutar y malinterpretar lealtades pretéritas, muñir como valedores de pacotilla creyéndose consejeros áulicos, o entorpecer hasta el límite, sin reparar en el descrédito, cuando se contraría el oscuro pero delatado objeto de sus intereses. Aun así, por mucho que viertan tales desagües de la fontanería política, esta última, la política genuina, la preocupación y el servicio a los intereses públicos, debe atraer a quienes mejor lo procuren. Seguro que no serán militantes profesionales, sino profesionales reputados en su ejercicio y con plena capacidad para gestionar asuntos públicos. Tampoco formarán parte de clanes familiares beneficiados por el favor político; si bien probablemente en su familia contarán con dedicaciones más beneficiosas para la actividad pública, con compromisos que son buen testimonio y estímulo para asumir los propios. Se dirá que es fantasioso, sí, este empeño de reclamar a los mejores para la política, pero haberlos, y no son brujas, haylos. Razón por la que merecen hondo reconocimiento quienes, contando con una vida profesional y personal bien resuelta, asumen retos en asuntos públicos y prestan un servicio como correspondencia social. Personas honestas y limpias, tan distintas y distantes de esos que ni siquiera tienen limpios los calzoncillos por sus sucios palominos contestatarios.

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