La memoria de los cementerios

¿Cómo hubieran sido las purgas de unos vencedores republicanos tutelados por Stalin?

La Iglesia monopolizó desde siempre, uno de los códigos más eficaces para controlar el pasado: los cementerios. El culto intencional a los difuntos acreditó, hace quinientos siglos, la naturaleza simbólica de la especie humana y quizá fuera el germen mismo de las religiones que ritualizaron, sin excepción, fastuosas liturgias mortuorias. Tal vinculación degeneró, durante el medievo, en el afán de ser sepultado dentro de las iglesias, para garantizar la salvación de las almas, lo que acabó colapsando la fosas y osarios comunes y generando graves epidemias, hasta que Carlos III decretó ubicar los cementerios a extramuros de la ciudad, por salud social. Desde tal perspectiva, se entiende la exhumación de Franco desde una basílica, en la que acaso nunca debió enterrarse a nadie, a un cementerio. Pero más difícil de justificar resulta el uso partidista del traslado y de la memorización del odio resentido del perdedor de la contienda. Una evocación que suele redimirse en odio renovado. Ya advertía mi maestro Murillo Ferrol, del recelo de Orwell por la Historia que escribiría el fascismo sobre la guerra civil española, pero también, ay, de la versión de los antifascistas cuando un día volvieran a gobernar. Porque desconfiaban ambos, con razón, de todos los relatores del pasado y de esa debilidad del poder por seleccionar qué recordar y también qué olvidar, o sea, por administrar el olvido colectivo o la desmemoria interesada. Recelo que confirmó el Psoe, a partir de 1982, en que tras ganar las elecciones se propuso reescribir una Historia hasta entonces escrita solo por franquistas, a través de todos los medios de propaganda cultural disponibles, que eran muchos. El choque entre ambas versiones, fascista y antifascista, en buena medida ha estereotipado la realidad de aquella maldita guerra civil en dos clichés, antitéticos, sobre qué la originó o sobre qué hubiera ocurrido si la guerra la pierde Franco: ¿cómo hubieran sido las purgas de unos vencedores republicanos tutelados por Stalin, viendo lo que éste hizo en la URSS en esos años? Estremece pensarlo. No menos que recordar lo que sí pasó cuando ganó Franco. Pero esa dialéctica, tan cruda como necesaria, es la que habría que propiciar, en vez de tanto cuento sesgado que, según quién lo cuente, logra que el pasado sea impredecible. Y no es algo baladí porque, al cabo, la memoria, incluida la de los cementerios, nos hizo humanos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios